La inmigración ilegal vuelve a ser un problema de primer orden para Mallorca. Las pateras no paran de llegar; pisos de okupas se convierten en bases para la delincuencia; esta semana ha habido crispación en Son Roca con una masiva protesta vecinal por los conflictos que genera un centro de acogida de menores y, como era de esperar, Vox ha armado tangana en el Parlament tratando de sacar tajada electoral del endémico problema de la llegada de africanos. Mal panorama. Armengol respondió a Jorge Campos en la Cámara con coherencia desde una óptica progresista y le afeó que haga demagogia con una cuestión tan delicada. La presidenta sabe que la izquierda o es humanismo o no es nada.
Sin embargo, la base de toda política de izquierdas es tener los objetivos claros. Ya es hora de que la presidenta balear le cante las cuarenta a Pedro Sánchez para que establezca acuerdos con las autoridades argelinas, que son las únicas capaces de evitar esta llegada masiva de pateras. Si Moncloa, a petición del Gobierno de Argel, fue capaz de acoger al líder del Polisario para curarle la COVID en España, arriesgándose a un enfrentamiento muy duro con Marruecos, bien podría obtener contrapartidas como el frenazo a las embarcaciones ilegales con destino hacia un vulnerable y frágil archipiélago balear.
En todo este inhumano tráfico de seres humanos no hay casualidades. Y sin el firme apoyo del Gobierno de Madrid, las instituciones baleares no pueden hacer gran cosa. Solamente aprender a torear líos en los centros de acogida y a tener que soportar aquí embestidas furibundas de la extrema derecha. Hace falta más política exterior por un lado y un incremento de medios policiales. Y en paralelo, impulsar una política de acogida más inteligente y dotada, procurando que no se reproduzcan vergonzosos contenciosos como el de Son Roca. Esta batalla sólo se ganará con contundencia y sin timideces.