El llanto de Baleares por haber sido condenada a vivir del turismo viene de lejos; desde el momento en que nos creímos que tenemos derecho a que todos los europeos sueñen con pasar el verano aquí. En medio de ese drama que nos obliga a ser una región rica, hay realidades que hasta los hoteleros podrían llegar a admitir: el nivel de saturación que genera tanta gente es tal que no nos vendría mal repensar el futuro. Aunque sea en términos de cantidad, no deberíamos seguir así indefinidamente. No obstante, todo cambio en el turismo significa dinero, cosa que un Govern que vive endeudado no tiene.
Mientras llorábamos por este trágico destino, un día en 2009, a Zapatero se le ocurrió ofrecernos el dinero que hiciera falta para cambiar nuestro turismo. El de León quería mostrarle al mundo cómo sería el futuro. Había que pellizcarse para creerlo. Tal fue la apuesta que el Gobierno incluso celebró un consejo de ministros extraordinario en La Almudaina, ratificando su compromiso. Todo el mundo feliz, nos había sonado la flauta e íbamos a cambiar el turismo de una vez por todas, empezando por la Playa de Palma.
A ello nos aplicamos, contando con una comisaria que tenía rango de ministra. Gastamos más de treinta millones de euros en comidas, viajes, planes estratégicos, planos, realidad virtual y power-points; teníamos que tener bulevares, coches eléctricos sin conductor; certificaciones ambientales; tranvías y huertos urbanos. Y todo con esa maravillosa palabrería ecoambientalista que chifla a los que miramos el futuro desde un sofá.
Insuperable: Baleares líder mundial. Sólo nos falló un detalle: no movimos ni un ladrillo, nunca hubo un albañil, no gastamos ni un gramo de cemento. Tras diez años de charlatanería, pudimos decir alto y fuerte que fracasamos. Sin matices.
Sin embargo, como los agentes sociales de Baleares que deberían haberles sacado los colores a los políticos comen del Govern, aquí todo se escondió debajo de la alfombra. Nos toca el gordo de la lotería pero perdimos el décimo en la lavadora. Y nadie dice una palabra, como siempre. Sabe Dios cuándo volverán a cruzarse los astros para que un presidente nos ofrezca todo el dinero que pidamos, pero, por suerte, nada nos impide volver a llorar.
Como Baleares parece estar condenada, va y hay otro milagro llamado pandemia de coronavirus. Cuando nadie se lo esperaba, vivimos un desastre sanitario que nos va a permitir acceder a una nueva lluvia de millones. Tras haber aspirado durante años a cambiar el modelo, viene Sánchez y Bruselas y nos pagarán lo que queramos.
Entonces, de nuevo, nos pilla con la guardia bajada, sin saber muy bien para qué queremos el dinero. Todos sabemos que estamos contra el turismo actual, pero nadie tiene la menor idea de qué quiere en su lugar. Al menos, nadie del Govern. Ni del empresariado. Ni de la oposición. O sea nadie que tenga voz. Nada: el desierto de ideas. Por ahí dicen que energías limpias, pero sin turismo ¿para qué queremos energía? Que si un tranvía, ¿pero eso qué tiene de estratégico? ¿Petit comerç? ¿En eso consiste el futuro?
Tal es la pobreza de propuestas, que los que entienden de esto temen que al final ocurra lo inevitable: cuando esté a punto de acabar el plazo, alguien cogerá el teléfono y llamará a los alcaldes para que propongan algo en diez días, lo cual supondrá otro plan E, de cambio de aceras, construcción de rotondas y reposición de farolas en los paseos marítimos. Es lo único que podemos lanzar rápidamente cuando hay prisa. Porque todo lo demás significa saber a dónde vamos, qué necesitamos, qué queremos.
Para que vean el despiste –o la mediocridad, más bien– hay partidos que defienden una vuelta a la agricultura, tal vez como paso previo a las cavernas; alguien habla de un plan de reindustrialización, que es lo que se llevaba en el mundo hace unos ciento cincuenta años y en España hace setenta; por supuesto debe de haber empresarios que sepan qué hacer, pero los que los representan no están al nivel, y los sindicatos tienen un discurso surrealista.
Hace ya una década que tenemos una dirección general de Modelo Económico, pero ahora confirmamos que era sólo para pagarles un sueldo a un montón de chicos amigos, buena gente, que no tienen ni la menor idea de por dónde ir. Saben aproximadamente en contra de qué están, pero no a favor de qué. Ni tienen tampoco un plan, ni prioridades, ni visión del futuro.
Lo que les estoy diciendo, resumido, es que estamos a muy pocos meses de que perdamos la segunda oportunidad para renovar nuestro turismo, para abrir horizontes en Baleares, para redibujar el futuro. Les estoy diciendo que hoy podríamos sentar las bases de un nuevo turismo, si no fuéramos incompetentes.
La fortuna nos habrá sonreído por segunda vez en forma de lluvia de millones que, según lo que es fácil de prever, puede acabar como la Playa de Palma. No obstante, aquí volveremos a esconder nuestra mediocridad debajo de la alfombra y seguiremos llorando. Sánchez habrá confirmado que si le sobra dinero, mejor a los vascos, que nunca defraudan.