Lo malo que tiene el haber sido un gran imperio es que tarde o temprano los habrá empeñados en recordar que tal grandeza se construyó jodiendo a muchos. Y ocurre que ahora estamos atravesando una etapa en la que las, digamos, expansiones coloniales en lugar de formar parte del tesoro histórico de un pueblo son puestas en solfa. Y como suele suceder en estos casos detractores y avaladores de las grandes empresas de conquistas rompen sus lanzas, llegando en su argumentar a extremos de lo más pintoresco.
Fijémonos en la derecha española y su defensa de la hispanidad. Encontramos a Pablo Casado, quien ha destacado la hispanidad como «el acontecimiento más importante de la historia tras la romanización». Menuda pirueta en el tiempo, y sólo al alcance de un temperamento tan reflexivo como el que caracteriza al presidente del PP.
Y es que para ir sobre seguro en asuntos como estos, nada mejor que atender a un PP y concretamente a quien quintaesencia su espíritu en la sombra –porque el hombre sombrío sí que lo es– José María Aznar, elegido fugazmente por la causalidad (que no casualidad) histórica como puente entre España y América, aunque fuera la del Norte. Recientemente, en un encuentro telemático organizado por el Instituto Atlántico y encabezado por el Miami Da de College, el responsable de la Universidad de Florida promovió a Aznar como futuro alcalde Miami.
Qué hermosa muestra de hermanamiento. El alcalde razonó que de presentarse al cargo no habría oposición, ya que «todos los cubanos le votarían». Aznar, candidato de los «gusanos», apropiado. Pero si generosa fue la oferta, no lo fue menos el agradecido rechazo de un Aznar, quien lo consideró «una gran tentación». Ah, una hispanidad compartida, y sin bigote. Lástima.