La encuesta de intención de voto publicada el domingo pasado por Ultima Hora no hace más que reafirmar lo que el sentido común señala desde hace muchos meses. El segundo pacto municipal de Palma es un desastre de proporciones colosales. Imposible hallar una gestión tan nefasta en toda la historia de Cort. Con toda probabilidad, Hila pagará el pato propio y también el de sus socios, corresponsables del despropósito continuado que rige los destinos de nuestra ciudad.
Todas las decisiones mínimamente importantes para la vida de la capital se eternizan o, directamente, no se adoptan, mientras los socialistas y sus socios pierden literalmente el tiempo en memeces varias, cuando no sabotean la recuperación económica del sector comercial o provocan gigantescos atascos.
Naturalmente, el PSIB tiene un suelo de apoyo social elevado, de manera que por mal que lo haga el alcalde, siempre le responderá el voto cautivo que, por ceguera, favor previo o dogma, no ve, o no le interesa ver, lo que está ocurriendo.
Ello explica que aun con todo el caos que Hila ha provocado, los socialistas solo pierden –de momento– dos escaños.
Armengol, con todos sus defectos, está a años luz del nivel político del alcalde de Palma y sabe perfectamente que en la capital del Archipiélago se está jugando la batalla del 2023. Aunque los partidos son mucho de sostenella y no enmendalla cuando de elegir candidatos se trata, lo cierto es que Ciutat preocupa, y mucho, a la presidenta. En estos momentos, el PP puede solazarse y holgar, porque su verdadero candidato es José Hila, que trabaja de sol a sol.
Nadie se esfuerza más para que haya un futuro gobierno de derechas en Cort que su actual alcalde y sus pintorescos concejales. De manera que, aunque quizás sea tarde para cambiar de cabeza de lista –entre otras cosas, porque no existe ese recambio y, además, el mal probablemente ya esté hecho– el PSIB debería comenzar a hacérselo mirar, al menos para evitar que dentro del pack del PP se cuele la extrema derecha de Vox con renovados y, a la vez, rancios bríos.
Ante la absoluta irrelevancia del PI en Palma –acrecentada por su inexplicable deriva cainita– y la previsible evaporación de Ciudadanos, la única opción que tiene el PP –o que incluso tendría un eventual PSOE no sanchista– para mantenerse centrado y no desgastarse en exceso con los pactos postelectorales es que la operación política que se está fraguando en muchos municipios mallorquines se consolide y arrastre el voto centrista en general –incluyendo el llamado regionalista–, que jamás votaría al PP o a Vox.
La época de las mayorías absolutas ha pasado a la historia para las dos fuerzas mayoritarias, y ahora a lo que deben aspirar es a poder pactar con otros partidos situados en la moderación, cualidad que no adorna precisamente ni a Podemos, ni a Més, ni a Vox, ubicados en el extremismo y en las propuestas estrambóticas sin más fundamento que el cabreo del respetable, surgido más de las tripas que del cerebro.
Despreciable manifestación de sectarismo y resentimiento el artículo que firmaba ayer en estas páginas la diputada podemita Antònia Jover, para quien no hay vida inteligente a la izquierda del PSOE. El insulto es ya el único argumento político de los comunistas.