Discrepar es aportar ideas distintas unos de otros, proporcionando una diversidad sobre el tema de conversación expuesta por distintas personas, que pueden pasarse horas sin discutir, ni enfadarse, ni pretendiendo tener razón sobre cualquier asunto. Antaño existían clubes, donde se reunían los hombres para tratar de lo suyo, fuera política, historia o novedades. Podían dialogar largo tiempo pudiendo comentar un sinfín de cosas, afirmando o discrepando, tanto señoras como señores. Lo bueno que tenían, en principio, era que no acababan discutiendo, ni insultándose, o metiéndose con la madre de uno, ni mucho menos.
Claro, en aquellos tiempos de mediados del siglo pasado, no había ni televisión, ni redes sociales, móviles... Sólo cafés o granjas, adonde iban las tardes a reunían amigas y amigos, juntos o por separado, para transmitir acontecimientos ciudadanos. En las tertulias se disentía mucho, pues no todos pensaban igual, unos eran liberales y otros conservadores, afiliados a sendos grupos políticos, o trataban político. Las mujeres hablaban entre sí, dándose consejos, modas, lecturas, intimidades, en fin, muchas cosas.
No todos recuerdan estas maneras de entretenerse, sobre todo, los jóvenes de hoy que todavía no habían nacido, y no pueden ni imaginarse como era la vida de entonces. La sociedad presente no habla de temas serios, técnicos, o profesionales. Actualmente no se intercambian conocimientos, ni anécdotas, ni historias; para nada. Ahora se trata de contar chistes y cosas que les produce risa, lo mismo que cuando alguien patina y cae, además de agujerearse el traje, los amigos se desternillan de risa, o no.
Alrededor de una mesa se sientan un montón de chicos y chicas para alternar, contarse cosas, viajes y fiestas, mientras toman unas copas. Eso sí, hablan con un altísimo tono de voz, qué cuanto más lo elevan menos se oyen, y siguen elevándola más y más, si acaso quieren saber lo que se dice. No acabo de entender por qué gritan tanto, siendo personas guapas y elegantes. Quienes no pueden hablar son los vecinos de mesa que ni estando cerca pueden conversar y entenderse.
En varias ocasiones hemos pedido, por favor, a los vecinos de mesa hablaran más bajo. La respuesta de la mayoría es: tenemos libertad de expresión. Una afirmación de lo más desabrida, pues esa libertad que mencionan es idéntica a la que tenemos derecho todos. Somos la ciudad más ruidosa, grosera y maleducada de España, día y noche. ¿Presumimos?