Cada vez que en la escena pública se produce una muestra de torpe extremismo, de irracional violencia dialéctica, a mí el cabreo me suele dar unamuniano. Que le voy a hacer, el pesimismo de don Miguel respecto a España y los españoles se me hace presente y sus argumentos los entiendo como de ayer, de hoy y, seguramente, de siempre. Días atrás se debatía en el Congreso de los Diputados una proposición de ley impulsada por el PSOE que tenía como objetivo el que se penalizara el acoso ante las clínicas en las que legalmente se practican abortos. Algo que respondía al atropello que supone el que una mujer que de por sí se halla en un momento difícil se vea obligada a soportar la violencia verbal de unos energúmenos que la increpan.
En plena sesión, el diputado de Vox, José María Sánchez García –juez en excedencia, para más inri–, llamó «bruja» a la parlamentaria socialista Laura Berja. Culminando su actuación, el diputado se negó inicialmente a abandonar el hemiciclo cuando fue instado a ello, lo que llevó a la paralización del pleno. Todo un lamentable espectáculo que no queda borrado por unas muy tardías disculpas. Palabras. La derecha ultramontana, crecida al amparo de estos tiempos, no tardará en volverse a mostrar.
En este país hemos padecido de antiguo un dogmatismo agudo, como bien señalaba Unamuno, que conduce a agredir con las ideas, por insignificantes y zafias que puedan ser. Y puestas así las cosas, todo resulta difícil. Unas líneas proféticas de un Unamuno ya horrorizado ante el rumbo de la Guerra Civil vienen al caso: «Nunca habrá paz para nosotros». Los españoles no estamos hechos para que nuestras ideas encajen, al contrario, tienen tendencia a repelerse entre sí.