La humildad es una virtud, si es que en los tiempos que corren puede seguir considerándose como tal, absolutamente incompatible con el ejercicio de la política. Por paradójico que resulte es la primera que se auto atribuyen los políticos en la fase de aspirar al poder. Los candidatos se presentan como carentes de vanidad, una excelencia que se disuelve irremediablemente apenas se ha pronunciado el discurso de aceptación del cargo. Vaya por delante que los periodistas – y entiéndase la siempre injusta generalización, en ambas profesiones, como simple recurso estilístico – vamos justo a la zaga de los políticos, sino en abierta competición por el podio en el ranking de la inmodestia. Y según los clásicos, la soberbia conduce inevitablemente a la imprudencia.
Una mítica portada de Ultima Hora de los años setenta, Todo sube, se recupera estos días, con distintas palabras y un mismo sentido, para dar cuenta de las consecuencias del aumento descarnado de la factura de la luz ante el que el gobierno de Pedro Sánchez se muestra incapaz de ofrecer alguna explicación coherente y mucho menos de invertir la tendencia que conduce sin solución de continuidad al descontrol de la inflación, la bestia negra de cualquier ejecutivo por la incidencia sobre la vida cotidiana de los ciudadanos y sobre las cuentas públicas. El gobierno se escuda, como es habitual, en las responsabilidades ajenas: las voraces compañías eléctricas, Europa, Putin y, cuando no queda otra, el PP. Y asoma la discordancia del socio principal de coalición, Podemos, que amenaza con movilizaciones contra sí mismos por el precio de la luz. Tanto machacaron al gobierno conservador cuando la factura subía un 8 % que no pueden quedarse quietos con incrementos que triplican el precio de hace un año. Puede ser de traca ver detrás de la pancarta al vicepresidente de Armengol, Juan Pedro Yllanes, al concejal Alberto Jarabo, a la consellera Mae de la Concha, y a los próceres de Més para no quedar descolocados, en la manifestación contra sus propias actuaciones.
Cuando el portavoz del Govern, Iago Negueruela, contesta a las críticas de los empresarios por el retraso en la percepción de los fondos para paliar las consecuencias de la pandemia diciendo que «seremos la comunidad autónoma que mejor y antes pague» y que el suyo «es un sistema ejemplar», ignora el significado del término humildad: conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y obrar de acuerdo con ese conocimiento, que así es como lo define el diccionario. En su caso, quizá sea la manifestación del inspector de Trabajo que lleva dentro, una función capaz de provocar el mismo pánico que uno de Hacienda. Contaba una parlamentaria la fijación de Negueruela por regañar a los diputados de la oposición por desarrollar su labor de control al Govern en lugar de entregarse sin reparos a sus designios.
Hay más: desde las cifras del paro, de las que se omiten los trabajadores todavía en ERTE, hasta la gestión sanitaria, eludiendo el hecho de que «los médicos no pueden más» (Miguel Lázaro, presidente del Sindicato Médico), pasado por la temporada turística respecto de la que el Govern también espera agradecimientos colectivos. Solo cuando se vea muy apretado, el político admitirá que «algunas cosas se pueden hacer mejor».