¡Qué poco aguantan los artículos sobre la lluvia y las primeras tormentas! No has terminado de buscar el poema de Machado y copiar el verso donde tras los cristales llueve y llueve (o de repasar los subrayados del Libro del desasosiego de Pessoa ) y ha salido el sol. Inútil es guardar un escrito sobre la lluvia –incluso en plena temporada de lluvias– porque el día que se publique es muy probable que no llueva.
Sí, también ocurre al revés: basta con que te dé por la poesía y ponerte a contar de ese día primaveral que anticipa el verano y blablaba para que la página en que se publica, quede empapada por una lluvia intensa y la gente vaya como loca por la calle buscando cobijo. Claro que, si te decides a describir todo eso, es posible que cuando alguien lo lea también sea un texto inapropiado y alejado totalmente de la realidad.
Quizás (y ahí queda otra muestra de mi escaso convencimiento o de mis contradicciones), del tiempo que hace o deja de hacer sólo habría que hablar pero no escribir. Pero, ¿qué lleva a escribir de la lluvia?, ¿y a mirarla tras los cristales?, ¿y a venerar a Pessoa (y hasta tomarlo como modelo) por escribir de la lluvia? Escribo volviéndome de tanto en tanto al balcón por ver cómo está el tiempo. Y, para complicarlo todavía más, están los mensajes del móvil que pueden indicarte que ahora mismo está lloviendo cuando –en realidad– no ha caído una triste gota. Lógicamente, en cualquier escrito con veleidades sobre la lluvia, toca aludir al olor a tierra mojada, aunque eso te obliga a escribir desde el campo o cerca de éste. ¿Por qué inspira más (si es que inspira más) la lluvia y las tormentas eléctricas que el buen tiempo? Supongo que por Frankenstein y Mary Shelley . Ya se sabe: «Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba las ventanas sombríamente y la vela casi se había consumido». Y la criatura abrió los ojos. Y el resto, mejor leerlo con lluvia.