Todavía estamos muy lejos de la globalización de los derechos humanos básicos. La comunidad mundial no puede dejar abandonados los objetivos superiores como acabar definitivamente con el hambre, que si bien se ha reducido en bastantes países, vuelve de nuevo esta tragedia –como las habidas en siglos pasados– debido al parón mundial por el horrible virus que no para de contagiar y hasta de matar.
Los pobres no tienen qué comer ni beber por falta de las dos cosas. No sorprende que esta gente emigre hacía el norte, donde los campos todavía están verdes para cosechar y las lluvias llenan pozos y mares. Pues ahora que han descendido los males, nos encontramos grandes consumidores en plena euforia por salir, comprar, comer, viajar y sobre todo no acordarse del aburrimiento, casi olvidado, sin acordarse de millones de personas que tienen nada para comer, ni donde dormir, ni lavarse o asearse. Debajo de estos harapos, descubrimos la cara oscura, las manos sucias, sin dientes... En lugar de darnos pena, nos dan asco y sí, le damos unos céntimos con tal de que se vaya corriendo porque huele mal. ¡Pobres!
Pero cuando la especulación financiera condiciona el precio de los alimentos sí preocupa lo que está pasando. Mientras las empresas funcionen, aunque algo menos, están satisfechos, aunque, sin embargo, no paran de llorar y exigir a los gobiernos más. Muchos recibieron algo, no tanto como otros y no hablemos de quienes no tuvieron. Podemos decir que lo pasamos muy bien y no nos falta de nada.
Pero millones de personas en la Tierra lo están pasando muy mal. Mientras nosotros acumulamos desperdicios para dar de comer a los perritos, no pensamos en los demás y muchos tienen hambre y sed de justicia. Esto constituye un verdadero escándalo para la humanidad, pues la hambruna es criminal, ya que la alimentación es un derecho inalienable. Junto a estas necesidades elementales e insatisfechas, sin acceso a la salud; la trata de personas es otra vergüenza más para la humanidad que la policía internacional no debería seguir tolerando, más allá de los discursos de buenas intenciones. Muchas veces es hablar por hablar, a sabiendas de que no van a mover ni un dedo. Además de una tomadura de pelo, es inadmisible este pasotismo global.