La pandemia y sus derivaciones sociales y económicas están enmascarando otra crisis muy profunda de la que se habla poco, pero que puede tener unas consecuencias fatales: la crisis de la fabricación de chips electrónicos. Puede parecernos algo lejano y ajeno, pero afecta prácticamente a todo lo que se consume en el mundo. Desde que la electrónica forma parte de nuestra vida cotidiana, mucho a nuestro alrededor lleva dentro estos semiconductores. Un coche lleva más de cien. Y la irrupción del virus ha tenido también su papel en esta historia. Con el confinamiento, fueron millones las personas que de pronto demandaban un ordenador mejor, un nuevo smartphone, un televisor inteligente... cosas que necesitan chips para funcionar. La demanda disparada provocó un aluvión de pedidos a las escasas fábricas que los crean. Y son escasas porque requieren unas instalaciones tan sofisticadas que cuesta un potosí poner una de ellas en marcha, aparte de varios años para conseguir que sean del todo operativas. Así las cosas, la producción no da abasto y son numerosos los sectores afectados: automoción, electrodomésticos, electrónica, construcción, incluso el sector juguetero, que no podrá servir sus productos estas navidades. Estados Unidos, Alemania y Japón, grandes países industriales, están a medio gas, sus fábricas se ven obligadas a permanecer abiertas a tiempo parcial por falta de componentes para trabajar. Por lógica, esto causará un parón en las ventas y, de paso, un aumento de los precios. Y todo ello cuando la economía mundial exige un revulsivo para recuperarse del zarpazo del coronavirus. En el trasfondo de esta situación está un claro cambio de paradigma económico y social. Hemos apostado por lo verde, la tecnología y la conectividad y todo ello requiere medios de los que aún no disponemos a nivel masivo. Europa anuncia una inversión de 800 millones de euros para poner una de estas fábricas; Estados Unidos destinará 20.000 millones de euros para crear dos. Con estas cifras mareantes es fácil concluir que la solución a esta nueva crisis no está a la vuelta de la esquina y desde luego no será barata. Un tema para meditar cuando nos dicen que las regiones turísticas deberían diversificar su economía con industrias limpias. Resulta que es más difícil de lo que parece.
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