Vivir significa implicarse en la vida. No es dejarla pasar de largo, desde un refugio protector. No es observar actuar a los otros mirándoles desde lejos. Vivir exige tomar partido, alzar la voz, comprometerse. Voy a hablar de los negacionistas. Ese diez por ciento de la población que decide no vacunarse contra la COVID-19. Suelen tener argumentos para intentar acorazarse. Por desgracia, las palabras también sirven para disfrazar la realidad, poner excusas o justificar lo injustificable.
Vacunarse se ha convertido a día de hoy en un deber cívico. Incluso me atrevería a decir que se trata también de un deber moral. La comunidad científica ha comprobado que las vacunas protegen. No evitan los contagios pero, en un alto porcentaje, pueden evitar las UCI. Salvan vidas. En estos momentos, el noventa por ciento de personas que ocupan las UCI de los hospitales se han negado a vacunarse. Las residencias de la tercera edad, que en los primeros tiempos de la pandemia, fueron devastadas por la COVID-19 experimentaron una fuerte mejora tras la vacunación.
Podemos argumentar cualquier cosa: vestir con palabras lo que queremos defender, reivindicar teorías absurdas. Solemos ocultar el miedo tras la palabrería. No nos engañemos: ¿qué se esconde tras los argumentos negacionistas? Un miedo enorme. Si ahondamos un poco más en el tema, también encontraremos egoísmo e insolidaridad. Nos vacunamos por dos razones: para protegernos a nosotros mismos, claro está, pero también para proteger a los demás. Buscamos la inmunidad de grupo, el máximo número de vacunados para no dejar puertas abiertas al virus. Es muy cómodo que los demás se vacunen y no vacunarse. Es meter la cabeza bajo el ala o jugar al juego de las avestruces.
Me pregunto: ¿qué harían las personas que no quieren vacunarse, dejando la decisión y sus consecuencias a los demás, si viviesen en África? ¿Cómo actuarían en uno de esos países donde el índice de vacunación es muy bajo y la mortalidad elevadísima? Si el grupo no les protegiese, es muy probable que optasen por la vacuna. Eso, sencillamente, es ser insolidario.