Esta noche, el gran espectáculo de fogonazos en el cielo cuando se quemen en la atmósfera diminutos granos de arena, o de lo que sean, que dejan estelas luminosas de colores. Duran un par de segundos y parecía magia cuando éramos niños y no sabíamos de ovnis ni de satélites artificiales. Sí escuchamos que las llamaban estrellas fugaces y que había gente más mayor, en edad de soñar despierta, que hasta pedía un deseo cada vez que conseguía ver una deslizarse por el horizonte del cielo.
Quedan noches para ver perseidas rezagadas, aunque no sé si están las cosas para nostalgias de deseos de adolescencia. Es que coincide la lluvia de estrellas, mejor de cometas, con el sexto informe de expertos de la ONU, que pinta en negro el mapa climático y avisa seriamente de las amenazas de sequía, desertización, catástrofes por irregularidades drásticas en el régimen de lluvias y todo lo que conlleva el cambio climático que ya está aquí y que tiene culpable: el hombre. Dice el sexto informe que o acabamos con el carbón, el petróleo y el gas como bases energéticas o la contaminación acaba con nosotros.
Dice que todavía hay tiempo de hacer más cosas bien de las que se han hecho mal y han generado procesos irreversibles. Si no se hacen puede que el séptimo informe sea como el séptimo sello del Apocalipsis, que Bergman llevó a película. Hay tiempo todavía como hay noches para ver estrellas fugaces, que la dramática tradición cristiana llama lágrimas de san Lorenzo. Quizá sea eso, pero llorar no sirve de nada. Preferible desear menos y hace más para salvar lo que se pueda.