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En la isla QR

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Vivo en la isla QR y puede que pronto, entre tanta prohibición, miedo y normativas seamos meros objetos que puntúen –más o menos– hasta conseguir o no el deseado QR que nos autorice a hacer, pensar o decir. Somos como aquellas ovejas que guardaban nuestros antepasados en unas montañas que ahora son lugares de diversión y postureo para las redes sociales.

Activamos unas islas que ya remontan una crisis y que empiezan a presentar datos cercanos a 2019. La única diferencia es que, ahora, en el aeropuerto de Palma cada cien metros te dirigen y te recuerdan que debes mostrar tu código. Un milagro moderno poder controlar flujos de miles de personas y hacerlo sin máquinas. Nuestro aeropuerto es un lugar de colocación de personas que seguramente tendrán talentos, estudios y aptitudes para desarrollar mejores labores en beneficio del prójimo. No me malinterpreten porque nunca denigraría cualquier función que sea realizada, frente a la inteligencia artificial, por una persona (el pastoreo es una de tantas ciencias y sabidurías que hemos perdido). Lo que se vive en nuestro aeropuerto es totalmente distinto a las sensaciones que experimenta el viajero que llega o se va de Madrid donde se ha adoptado un modelo totalmente distinto al de aquí (comunidades autónomas tengas para comprobar las realidades que conforman un país llamado España). Algunos experimentarán una sensación de tranquilidad y control y otros que es un paripé ya que los contagios probablemente se producirán tras abandonar el aeropuerto con reuniones, botellones y todo lo que no pueden controlar los poderes públicos.

Si queremos transformar nuestra sociedad a través de la tecnología y la innovación tenemos una oportunidad inmejorable para usar el big data, la inteligencia artificial, la computación y todo el entorno tecnológico de una manera más eficiente, intuitiva y sencilla para quien busca el control y para quienes deben ser controlados. Siempre había pensado que nuestra inversión en I+D+i era de las más punteras (dentro de las limitaciones de nuestra pobre financiación) pero parece que no es así y ello queda demostrado en los rudimentarios métodos que usa Mallorca para recibir a los visitantes que alimentan su renta per cápita. De la misma manera que lo hacen todos los carteles de LIDL y que demuestran que esta sociedad y esta Isla han cambiado drásticamente. Por lo tanto, puede que lo mejor sea desistir de todo y confesar y asumir que ya no somos mallorquines, sino QR que aceptamos todos los cambios y tendemos a resetear lo que fue y lo que deberíamos ser. No entiendan este texto como una frivolidad y no me canso de recordar a mis amistades negacionistas que deben vacunarse. Queda una esperanza en esa administración maternalista que busca lo mejor para sus hijos, pero dicha esperanza pende de un cambio radical de personas y métodos. Y es que para otorgar y merecer el QR político deberían pasarse una serie de duras pruebas.

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