Desde que llegó a La Moncloa, una vez arrasado el viejo PSOE, controlado férreamente el nuevo y constituido un Gobierno sumiso, Sánchez se propuso hacer lo mismo con España. Para ello puso en marcha un desembarco en las instituciones públicas y privadas; no dejó ninguna suelta, controló incluso a empresarios y obispos y liquidó los órganos de control democrático. Aprovechó la pandemia para controlar el Poder Legislativo, declarando el estado de alarma, y no el de excepción, para gobernar por decreto, reduciendo a la mínima expresión el control del parlamento.
Respecto al Poder Judicial, la primera medida que tomó fue colocar a su ministra Delgado como fiscal general, pero no ha podido asaltarlo en masa, someterlo como ha hecho con el resto de poderes e instituciones. Por eso lleva dos años desarrollando una implacable campaña de deslegitimación global del sistema de justicia. Lo ha considerado una amenaza, una piedra en el camino, un dique de contención para su proyecto ideológico. Esta campaña tiene hoy carácter de acoso y derribo, y va desde el Tribunal de Cuentas hasta el TC a los que desafía, presiona, desacredita, denigra y hasta legisla contra los jueces para atarlos. Gracias a la UE no ha ido más lejos. Su empeño es poner la Justicia al servicio de su proyecto autoritario, crear una Justicia a su medida, en la que toda decisión del Gobierno esté por encima de la ley.
En cuanto al cuarto poder, Sánchez puso una gran interés en controlarlo; entre sus primeras decisiones estuvo, mediante un decreto urgente, someter a RTVE. Después de prometer que sería plural y de calidad, lo convirtió en el ariete para transformar la mentira, que ha presidido su quehacer político, en una práctica normal y aceptada en la vida pública, un virus inmoral inoculado en el corazón del sistema. En lugar de tener el contrapeso de los medios privados, desde el primer día actuó para neutralizarlos, sin el menor rubor. Amenazas o generosas subvenciones, todo vale para intentar que se muevan en su férula.
El adanismo de Sánchez le lleva a creer que España necesita hacerse de nuevo y está en la faena de revisar su idea misma. Por el camino que lleva desembocaremos en una democracia orgánica de republiquillas.