Desde hace años estoy al tanto de la caída de la calidad de la enseñanza en Baleares. Pese a ello, estos días me volví a sorprender de la magnitud del problema al revisar una prueba de admisión de estudiantes para la universidad. Nadie que tenga un mínimo sentido de la responsabilidad puede admitir, tolerar o ser indiferente al drama social que significa que los chicos de diecisiete o dieciocho años no sepan leer, entender y menos aún escribir un texto mínimamente inteligible. Como no existe la posibilidad de pensar sin vocabulario, sin los nexos que unen las ideas, el intento de estos chicos por ser universitarios se convierte en patético. En realidad, yo creo que muchos de ellos no aprobarían la escuela primaria de cualquier país un poco exigente.
El desastre es de dimensiones colosales. No exagero. Nadie que conozca la enseñanza en Baleares duda. En cuestionarios ‘multiple choice' con tres opciones, donde por azar deberían acertar al menos la tercera parte de las respuestas, llegan a equivocarse en todas; en la redacción de textos, la impotencia para ordenar un pensamiento –si existiera– es tal que se antoja que el desastre es irreversible. Las barbaridades ortográficas palidecen al lado de la incompetencia sintáctica.
En Baleares nos hemos dedicado a discutir si enseñar en catalán o en castellano y al final hemos conseguido que sean analfabetos en los dos idiomas. Les aseguro que después de quince años en la universidad, sé de lo que hablo. Y lo sabe todo aquel que no tenga una agenda política y quiera ser sincero.
Este desastre tiene tres grandes culpables, cuyas conductas provocan bochorno.
Primero, el sistema educativo. ¿Cómo puede un profesor de secundaria aprobar a un chaval analfabeto? ¿Cómo puede el claustro de un instituto no abordar estos asuntos ante su escalofriante magnitud? ¿Cómo se puede hablar de otra cosa que no sea de este caos infame? ¿Cómo el infame sindicato que controla la enseñanza calla ante esta vergüenza? Todos en algún momento no cumplimos rigurosamente con nuestra función laboral, pero esto va mucho más lejos, esto es hacer exactamente lo contrario de educar. Esto es teatro. Lo que los cursis llaman ‘la comunidad educativa' está llegando al máximo de incompetencia.
Segundo, las autoridades políticas. El caso de Martí March, que conoce exactamente esta vergüenza, es incalificable. Un conseller de Educación no está sólo para tener paz, también está para dar resultados. Tampoco se entiende que nadie de la oposición haya convertido esto en un tema de pregunta diaria en el Parlament. Estamos destruyendo generaciones de jóvenes y en consecuencia estamos arruinando nuestro futuro. Si los aspirantes a universitarios no saben lo mínimo para entender nada, ¿qué podemos esperar de la masa de jóvenes que se quedan por el camino? ¿Así queremos tener una democracia? Así sólo podemos tener borregos analfabetos que rebuznen tonterías entre un capítulo y otro de ‘Sálvame'.
Y finalmente, los padres. Francamente, no puedo entender que un padre o una madre acepten que sus hijos de doce, quince o dieciocho años no sepan ni escribir, ni hablar, ni leer, ni pensar, y que no reaccionen ante esto. ¿Es que no ven que un ser humano debe entender algo? ¿Entender es pensar y pensar es una estructuración de ideas basadas en palabras? El sistema puede fallar, pero la responsabilidad de los padres no prescribe.
Hay estudiantes buenos, pero en realidad son malos porque son tuertos en el país de los ciegos, lejos de dar lo que serían capaces.
¿Qué puede hacer la universidad con una generación de analfabetos? En el mejor de los casos puede conseguir que al cabo de cuatro años sean capaces de escribir. O sea, la universidad, donde deberían estar estudiando, analizando, pensando sobre los temas propios de su grado, se convierte en una secundaria, en la que con suerte pueden aprender a dominar el lenguaje. Pero esto sólo en algunos casos.
Mi preocupación por estos asuntos es total. Exagerar en uno o en otro sentido en esto es perder credibilidad. Sin embargo, mi percepción coincide con los estudios de la OCDE: Baleares está a la cola de España que, a su vez, está a la cola de Europa. Simplemente tremendo.
¿A qué nivel de anestesia social hemos llegado que podemos convivir con esto? ¿Para qué queremos mil organismos públicos si todos callamos? Un pueblo que no reacciona ante esta catástrofe merece un destino muy oscuro. Me duele decirlo.
Nunca vamos a cambiar si no empezamos por sincerar nuestros problemas. Da igual que el analfabetismo sea en catalán, es ignorancia. Somos una región sin mimbres para construir el futuro. Da igual el idioma.