Hemos quedado para cenar. Somos un grupo de cuatro amigos. Nos encontramos en las mesas exteriores de un restaurante situado en una zona popular de Palma. De pronto, nos percatamos de que una cucaracha se aproxima a nuestra mesa. No es agradable, mientras cenas, tener correteando entre tus pies una cucaracha. Para deshacernos del molesto invitado, doy una patada al suelo. El bicho capta la indirecta y decide retroceder. Llega hasta uno de los árboles que hay en la acera. Se detiene. Parece dudar. Entonces, de la nada, para sorpresa de los que observamos la escena, aparece una salamandra no mucho mayor que la cucaracha y, de un bocado, apresa al insecto y se lo lleva a su escondrijo.
Ha sido un visto y no visto. Hay gente que organiza safaris para ver este tipo de cosas. El salvajismo de la escena contrasta con la pulcritud de la caza. No hay gritos, no hay sangre, solo un estar y, acto seguido, dejar de estar. Capacidad de sorpresa, precisión y elegancia. Así el juego de los mejores equipos. Una buena fórmula para cualquier novelista.