Y resulta muy cansino, un año y medio después seguir con esta cantinela instando a la precaución. No, el virus no se ha ido, sigue acechando. Los miles de adolescentes contagiados en los viajes de fin de curso y las macrofiestas son la prueba más evidente del riesgo de quitarse las mascarillas. Puede que ellos, adolescentes, pasen la COVID-19 con síntomas leves, pero cualquier familiar en la franja de los sesenta años, con la pauta de vacunación a medias, puede acabar en una UCI, ahora que nos creemos todos a salvo.
También los de treinta y los de cuarenta, a los que todavía no se ha vacunado. Pero la necesidad económica y electoral hace que las dirigentes autonómicos, junto al Gobierno, se hayan embarcado en una campaña de vuelve la alegría. ¿Para qué se hace un Consejo de Ministros extraordinario para anunciar a bombo y platillo el fin de las mascarillas en el exterior y la bajada del IVA en la factura de la luz? Supuestamente, en Baleares, la única comunidad a la que de momento van a poder viajar los turistas ingleses, es donde se han producido los contagios de los adolescentes que se saltaron las normas a la torera. Pero Francina Armengol, que sabe que sin turismo las Islas no pueden sobrevivir, guarda silencio.
Nada puede perturbar la imagen del mar, las playas y la alegría de recuperar las vacaciones. Aquí no pasa nada. Se ha demostrado que la libertad con la que Díaz Ayuso se llenó la boca en la campaña de las elecciones y que tan buen resultado le dio, ha creado escuela y ahora todo lo que sea reprimir es tabú para los dirigentes políticos. De nada sirve contemplar como Gran Bretaña, con un índice de población vacunada muy alto con una primera dosis, vuelve a caer en otra ola de contagios por la variante india. O que Israel, país campeón en la compra de vacunas y el primero en volver a la normalidad, haya tenido que recuperar las mascarillas.