Ahora que el calor del verano todavía es soportable, las tardes son buenas para pasear y parece comprobado que el virus decae mucho en lugares abiertos, no te pierdas un garbeo por el Marítimo, Son Armadans, El Terreno o La Bonanova porque te vas a reencontrar un paisaje de grúas, imagen perdida hace años. Han vuelto las obras privadas. Promotores y constructores dicen que no, que no hay un boom de viviendas de alto precio, pero la realidad es que todo lo que está en construcción o en reforma tiene pinta de no estar pensado para gente que tiene un sueldo medio.
Por lo que se ve desde fuera y el sitio donde están, apartamentos y casas parecen inequívocamente dirigidos a clases altas y al turista residencial con fuerte capacidad de compra. Las calles de El Terreno tienen alta densidad de alemanes y británicos por kilómetro cuadrado. Se han quedado con lo mejorcito de la zona. Digan lo que digan los promotores, el extralujo se impone en esta nueva oleada de ladrillo, al tiempo que se ralentizan las obras de viviendas con precios asequibles. Ahí está el nulo interés en reconvertir hoteles de costa o en suelo urbano en viviendas de protección oficial. Ninguna petición desde que el Ayuntamiento abrió la puerta al cambio hace más de un año. Lo muy caro es lo que importa a los inversores.
La burbuja de superlujo consolida el cambio de modelo por arriba. Se echa de menos el cambio de modelo por abajo para ciudadanos con sueldos bajos. Y eso se hace con dineros público para vivienda pública. Los euros europeos deberían servir también para esto. Supongo.