Escribo este artículo desolado por lo que le ha sucedido a Olivia y previsiblemente a Anna , las niñas cuyo padre, Tomás Gimeno , ha desaparecido tras lanzar muy previsiblemente los cuerpos de sus hijas al Atlántico. Se trata de dos vidas truncadas, dos futuros rotos por un padre desquiciado y una madre que se aferraba a una esperanza que se ha resquebrajado.
Hace ya más de una década sucedió algo parecido a lo de Canarias en Balears. Fue el tristemente famoso asesinato de un niño y una niña por Peter Oitsen , más conocido como el Doctor Muerte, al que conocí en persona. Me confesó que los había matado porque su madre organizaba orgías con cocaína y él no quería que sus hijos vieran tal conducta depravada. Son excusas para justificar un horrendo e incomprensible crimen de un ser frío, calculador y psicópata. Los mató en Mallorca porque aquí las penas son más laxas que en Alemania, donde jamás hubiera salido de la cárcel al haber cadena perpetua. Tras hablar con Peter, cuyos padres seguían visitándole en prisión, tuve una conversación con el médico psiquiatra que le trató y me dijo: «No puedo decirte nada del caso porque es secreto médico, pero sí comentarte que cualquiera, en un momento dado, podría hacer lo que hizo Peter. La mente humana es todavía un secreto para nosotros y no seré yo quien juzgue sus actos por terribles que sean».
Yo tampoco juzgaré a Tomás Gimeno , pero considero injusto se haya truncado dos vidas inocentes, plenas de alegría y con un futuro esperanzador.
Peter Oitsen murió hace unos años y seguramente Tomás Gimeno estará sumergido en el mar. La vida suele tener un triste final, pero cuando son vidas infantiles, perdemos parte de nuestro futuro.