La invasión de territorio nacional español por parte de hordas de súbditos marroquíes es una tragedia humanitaria, pero no sólo eso. Nos ha enseñado la verdadera faz de las autoridades marroquíes y su desprecio absoluto a la vida de parte de sus administrados, sobre todo si son rifeños y/o pobres.
Desgraciadamente la vida humana vale más en Occidente que en cualquier otra parte del mundo y, además, es más respetada. España, su Estado y autoridades han demostrado respectar mucho más la vida y dignidad de las gentes que entraron en territorio nacional procedentes de Marruecos que los propios dirigentes de ese país. Y no es la primera vez que eso ocurre.
En esta ocasión la excusa para ese comportamiento tan falto de escrúpulos de los dirigentes marroquíes ha sido la autorización del Gobierno de la Nación a la entrada del máximo dirigente del Frente Polisario. Sí, fue un error, pero -a mi juicio- no un error diplomático en relación a Marruecos, sino un error contra nosotros mismos.
El Frente Polisario goza de grandes simpatías en España, donde se ha olvidado que miembros de esa organización secuestraron y asesinaron a españoles. He conocido pocos saharauis en mi vida, pero alguno de los que he conocido me han afirmado que los primeros beneficiados de la situación trágica de su pueblo son sus dirigentes que viven relativamente bien de la limosna internacional mientras su pueblo sufre unas condiciones de vida inadmisibles para la mayor parte del mundo, aunque no sé si para los dirigentes marroquís. El error del Polisario de aliarse en los años setenta con la Unión Soviética lo están pagando muy caro los miembros de tres generaciones de saharauis.
Refiriéndose a la estancia del dirigente polisario en España, la embajadora de Marruecos ha afirmado que los actos tienen consecuencias y hay que asumirlas. Resulta que hay actos que no parecen tener consecuencias, como por ejemplo los que perpetra Marruecos contra España desde hace años. La ampliación unilateral de sus aguas territoriales en perjuicio de los intereses y derechos españoles y de la seguridad de las Canarias no parece haber tenido consecuencias para el gobierno de Rabat. Las manifestaciones del Primer Ministro marroquí de hace unos meses atacando la integridad territorial del Reino de España al afirmar la marroquinidad de Ceuta y Melilla tampoco han tenido consecuencias. Por cierto, que ninguna de las dos ciudades ha sido jamás marroquí.
Juan Carlos I no visitó Ceuta hasta 2007 y Melilla hasta el 2017, no fuera cosa que ‘su hermano' (así llamó al difunto Hasan II) se enfadara un poco. Usted, amigo lector y contribuyente, paga con sus impuestos la ayuda al desarrollo que España entrega a Marruecos y los agricultores españoles sufren la competencia desleal de los marroquíes que venden sus productos a Europa sin cumplir los requisitos fitosanitarios y sociales para sus trabajadores, pero debemos mirar a otro lado para no ofender a quien de pensamiento, palabra, obra y omisión nos ofende diariamente.
Por suerte los españoles no somos franceses y no atacamos los productos marroquíes y a sus distribuidores como se hacía con nosotros mientras los marroquíes asaltaban nuestros barcos pesqueros. El centenario de la Legión Española se celebró en Almería y no en la auténtica capital de la Legión, Ceuta, porque no se puede ofender la sensibilidad de quien ofende la nuestra y la de sus súbditos más desafortunados cada día.
Mientras tanto, España sigue vendiendo armamento a nuestro enemigo potencial más claro, que además ha reimplantado el Servicio Militar Obligatorio. No se engañe, amigo lector, si la Unión Europa ha reaccionado apoyando -al menos formalmente- a España no es para hacernos un favor, sino para dejar claro a Marruecos que no admitirán futuras acciones de agitación en su territorio movilizando a las colonias marroquíes existente en numerosas ciudades europeas.
Los españoles deberíamos ya hablar claro y recoger los argumentos de los dirigentes marroquíes de los años setenta y ochenta cuando nos recordaban constantemente que ellos son un país soberano. Pues mire por donde nosotros también lo somos y, además, tratamos mejor a sus compatriotas de menor fortuna de lo que los propios dirigentes marroquíes los tratan. Otra cosa es que nos lo agradezcan, pero al menos no nos mientan, no nos invadan y no se hagan el ofendido con cualquier excusa de medio pelo cuando hemos callado mucho.