Hay otras formas de demostrar preocupación por la igualdad, derecho fundamental que queda muy bien citar, pero que lo que necesita son acciones. La aparente elocuencia de la ministra Montero al usar términos tan ridículos como niñe, hije y todes para atraer al colectivo LGTBI, es un atentado contra el idioma y un insulto a la inteligencia de sus interlocutores.
Flaco favor ha hecho la política a la lengua, en connivencia con los medios que publican sus aberraciones lingüísticas. Su retórica está repleta de barbarismos. Si ya no bastaban los femeninos en sustantivos de raíz neutra, ahora nos vienen con un tercer género que supone diferencia nominativa pero no igualdad real. Soy absolutamente feminista, término, por cierto, desprestigiado por la extrema derecha inculta, pero hay palabras que no admiten femenino por simple razón etimológica. Coincido con Lázaro Carreter que su antiestética repele: jueza, concejala, edila… pese a que la RAE y Fundéu las acepten. De hecho, es ilógico que admitan jueza pero no portavoza, otra propuesta de la erudita ministra. Son paragoges absurdos, tanto como periodisto , taxisto , contabla o pilota. Los artículos solventan el género, lo que hace innecesaria una lucha por el lenguaje no sexista o inclusivo, usados como estandarte para legitimar eufemismos.
Yo amo la lengua. E intento que mis alumnos, futuros periodistas, la mimen. Porque será su principal herramienta de trabajo, pero también por su responsabilidad social formativa, que exige el buen uso del idioma y su difusión. Resto un punto por falta, aunque admito que me relajo ante las tildes o aprobarían tres. Y ahora dudo si soy racista, machista y elitista al leer, estupefacta, que tres universidades británicas rechazan penalizar las faltas porque un buen inglés hablado y escrito podría considerarse «homogéneo, del norte de Europa, blanco y masculino».
Las faltas ortográficas pueden ser indiferentes para el entendimiento, y en este sentido sería mejor invertir en enriquecer el léxico y la buena sintaxis, pero si sólo nos fijamos en el conocimiento pragmático dejaríamos de estudiar muchas materias. Si obviamos la ortografía tendríamos un grave problema con las palabras homófonas y la interpretación quedaría en manos del contexto, para saber, por ejemplo, si he deshecho algo o algo es un desecho. No se explica por qué la RAE ha eliminado el acento diacrítico que tanta información gramatical aporta. Reto a que alguien me diga qué significa esta frase: «Antonio desayuna solo en el bar». ¿Desayuna sin compañía o lo hace siempre en el bar?
Todo conocimiento conforma la cultura, el intelecto y la capacidad reflexiva y crítica del humano, pero con el idioma hay además una obligación moral para su cuidado: el lenguaje no es propiedad de uno, sino patrimonio de la humanidad. Y hay que mantenerlo, al menos, con la misma riqueza que tenía cuando lo recibimos en préstamo.