Está claro que la vacunación con cualquiera de las vacunas autorizadas en la UE es, ahora, lo prioritario. A la urgencia actual le acompaña una escasez de vacunas que, sin embargo, se resolverá incluso antes del verano. En Europa, quienes hayan recibido la primera dosis de la ‘vacuna de AstraZeneca para la COVID-19' (así se llamaba hasta que le han cambiado el nombre por el menos pronunciable ‘Vaxzevria') pueden esperar tres meses o incluso más, sin angustiarse, para reforzar su inmunidad con la mejor opción disponible para su segunda dosis. Una opción podrá ser alguna de las vacunas de ARNm (Pfizer-Biontech, Moderna o la futura Curevac), por la que ya optan países europeos punteros en I+D como Alemania, Noruega, Dinamarca, Suecia y Francia. Algunos países, como Bulgaria e Italia, pueden decantarse por una segunda dosis también de AstraZeneca, sin más problema. España ha hecho bien en no precipitar su decisión al respecto y ponderar mejor las disponibilidades de vacunas, su comportamiento frente a nuevas variantes, cuales pueden ser éstas, como discurrirá la pérdida de confianza en AstraZeneca (la CE ya ha decidido demandarles por incumplimiento) y, sobre todo, esperando a los resultados de varios ensayos científicos que están en marcha. Tranquiliza que, por si fuera el caso, la Agencia Europea EMA ya ha avalado que, con la información disponible, los beneficios de las dos dosis de AstraZeneca superan ampliamente a los riesgos; sin entrar, al menos de momento, en la consideración de otras opciones.
Destaquemos el ensayo Com-COV de la Universidad de Oxford que, junto a otros estudios como los del programa europeo ‘vaccelerate', en el que participa el Instituto Carlos III, aportarán detalles de seguridad y eficacia al combinar las vacunas de AstraZeneca y Pfizer. Además, Com-COV ya se ha ampliado (Com-COV-2) para incluir combinaciones de vacunas Pfizer-Biontech, Oxford-AstraZeneca, Moderna, Janssen y Novavax y, posiblemente, Curevac (la tercera de ARNm que estará disponible). Son estudios sobre combinaciones de vacunas, con distintos tiempos de espaciamiento entre dosis, para evaluar la seguridad y eficacia en diferentes grupos étnicos y otros grupos de población (personas mayores, mujeres embarazadas y niños), o frente a nuevas variantes del SARS-CoV-2. Alternar formulaciones de vacunas diferentes podrá ser necesario al bajar la inmunidad y/o para combatir nuevas variantes. Sería el caso si la vacuna de la primera dosis no protegiese frente a una variante emergente, como se ha descrito para la vacuna de AstraZeneca frente a la variante sudafricana. La UE está preparando el programa HERA (European Health Emergency Preparedness and Response Authority) para impulsar la detección y estudio de nuevas variantes víricas, vacunas nuevas y adaptadas, capacidades de producción y, muy destacable, simplificará el procedimiento reglamentario para la aprobación de una vacuna adaptada.
¿Cuánto dura la inmunidad y cómo saber cuando precisaremos una dosis de refuerzo? En la Universidad de Oxford se buscan ya las respuestas, tras obtener la aprobación para una investigación que acaba de superar controversias éticas. El objetivo es determinar qué grado y tipo de respuesta inmune impide la reinfección. Para ello, con bastantes precauciones de seguridad, van a infectar, intencionadamente, unos 40 voluntarios jóvenes, poniéndoles el virus dentro su nariz, y observando si se infectan o no, dependiendo de sus niveles de varios componentes de la respuesta inmune, incluidas células T y anticuerpos. Se determinará cual es el nivel de estos parámetros que protege frente a una infección, como indicador de cuando conviene revacunarse.
La UE acertó al articular una respuesta conjunta, de gran calado, para la recuperación económica, y en ello confiamos. También acertó centralizando los compromisos de compra de vacunas, aunque no pudiera asegurar su suministro inmediato. Falta el impulso a la I+D+i. A estas alturas, ya nos habremos dado cuenta que la inversión en ciencia responde excelentemente, sobrepasando toda expectativa; y vemos esta inversión muy fructífera en países como Reino Unido, Alemania y los países escandinavos. A pesar del problema con AstraZeneca, la realidad es que Europa (junto a India) es hoy la principal región del planeta donde se producen las vacunas para la COVID-19, con más de 50 fábricas activas, aprovechando su gran capacidad industrial. Ello asegura el suministro, ahora y de cara al futuro (frente a posibles nuevas variantes), y el acceso a la nueva normalidad.
Pero no podemos hablar del fin de la pandemia hasta que las vacunas lleguen a la mayor parte de la población mundial. En realidad, nos estamos moviendo a una nueva fase de la pandemia; y lo que surja a continuación dependerá del virus, de las personas, de los gobiernos y de los progresos en el desarrollo de vacunas y tratamiento; también de desarrollos en otras disciplinas y tecnologías, incluyendo TICs, biotecnología y bioclimatología, así como numerosos otros campos de investigación básica. Lamentablemente, aquí seguimos sin el necesario cambio de escala en las inversiones en I+D+i.
Sobre todo, dependerá de la evolución del virus, que sigue una ley básica de la naturaleza: la selección natural; la que actúa sobre la variabilidad genética, las variantes individuales existentes en cualquier población, determinando que las menos capaces de sobrevivir y reproducirse sean ‘seleccionadas en contra'. Los genes más capaces son los que se trasmiten y propagan a la siguiente generación. En especies complejas como los humanos, aunque también se producen mutaciones, su influencia tarda en concretarse; la generación de descendientes ‘nuevos' se produce (principalmente) mediante reproducción sexual, con el intercambio de genes del padre y la madre. En los virus no es así, su fuente principal de variabilidad son las mutaciones de su genoma que se producen a una gran velocidad y, en principio, al azar. Y se seleccionan las más favorables al virus, dependiendo de las presiones a las que esté sometido, como la que ejerce la inmunidad instaurada por la vacunación o por la infección. El virus siempre evolucionará para escapar a esta inmunidad, y necesitaremos nuevas vacunas para protegernos mejor de nuevas variantes. Las grandes farmacéuticas ya se afanan en producirlas.
En cuanto a los ciudadanos, muchos siguen asustados o sorprendidos ante la magnitud del contagio, la ambigüedad de los mensajes oficiales y la combinación de informaciones circulantes, reales y falsas, ciencia y pseudociencia, racionalidad y teorías de la conspiración; y algunos protagonizan comportamientos insensatos que generan más riesgo. Todo sugiere la conveniencia de mejorar los programas formativos, desde la enseñanza básica, hacia una educación para una ciudadanía más crítica.
Los gobiernos deben incrementar mucho más los esfuerzos conjuntos. Mientras exista COVID-19 en algún lugar del mundo, nadie está a salvo. Lamentablemente, junto a la carrera de los países ricos para hacer acopio de vacunas y proteger antes del verano a todas ‘sus' personas en riesgo, en algunos países aún no se ha podido administrar la primera dosis. COVAX, la iniciativa mundial llamada a contrarrestar el nacionalismo de las vacunas, espera inmunizar, en el mejor de los supuestos, al 25 % de la población de los países pobres al finalizar 2021. Muchos países de Asia, Sudamérica y África tendrán que esperar hasta 2022, o 2023. Entonces ya nos preocupará el previsible boomerang. Cuanto más tardemos en inmunizar a la población en todo el mundo, cuantas más infecciones se produzcan en diferentes ámbitos y condiciones, mayor es la probabilidad de que surjan nuevas variantes escapando a las vacunas, desencadenando una nueva pandemia. Tampoco podemos contentarnos con que la amenazadora variante de la India (B.1.617, también llamada ‘doble mutante') parece no ser más contagiosa que la británica que, al ser neutralizable por las vacunas, nos sirve ahora de escudo. Pero no olvidemos que la inversión de fondo es la I+D y la formación crítica de los ciudadanos.