Estamos a la espera de acabar con la COVID-19 que tantos dolores de cabeza nos está dando. Es de suponer que algún día, no sabemos cuál, barreremos la casa, nos acicalaremos y perfumaremos para salir a la calle a visitar a parientes y amigos, después de años sin vernos, y nos encontraremos envejecidos. Sí, habrán pasado los años sin darnos cuenta, sin vivirlos, ni vernos o amarnos: un tiempo perdido. Puede que los gobiernos hayan cambiado de color, da igual, tampoco importa un gobierno grande o pequeño, tan sólo un buen gobierno, menos ministros y altos cargos que chupan la sangre a los contribuyentes.
Exigimos que la elección de los candidatos no sean únicamente miembros de un partido; lameculos o enchufados. La ciudadanía no puede soportar por más tiempo que unos ignorantes lleven las riendas de nuestro poder, sí, nuestra soberanía, democracia, e igualdad. No queremos personas que tan solo luchan por mantener el sillón y enriquecerse a borbotones, dando mal ejemplo, y lo que es peor: engañar, robar y medrar. Pero, cómo es posible no encontrar alguien justo, inteligente, preocupado por los demás y no por sí mismo. Porque, haberlos los hay y muchos, no obstante, nadie serio y honesto quiere entrar en políticas bananeras, únicamente los parvenu y los arribistas. Debería avergonzarnos no encontrar un sólo hombre culto y sabio que sepa guiar a nuestro pueblo.
Esta horrenda pandemia… ha abierto un camino hacia un mundo nuevo. Hasta la llegada del coronavirus todos los continentes apostaban por el capitalismo global; ahora sostienen que muchas sociedades no respetan un contrato social que beneficie a todos. Se necesitan reformas radicales. Deben verse los servicios públicos como una inversión, como un avance sostenible de bien estar colectivo, y no conceder licencias y autorizaciones destructivas que privilegian a los grandes empresarios, mientras los humildes tenderos de toda la vida, sin ayuda, están abocados a cerrar y desaparecer.
Ha llegado el momento de poner en marcha la renta básica y el ajuste de los impuestos a la riqueza, pues en lugar buscar consumidores deberían buscar inversores que crearan nuevas industrias y fabricaran bienes necesarios que ahora importamos, que bien podríamos retomar: agricultura, ganadería, zapatos; la recogida los higos, de almendra, y fruta. La tierra yerma, sin labrar, sin provecho; todo lo necesario proviene de la Península, enriqueciéndose a costa nuestra. Entre tanto, los residentes están en el paro. ¿Puede haber alguien más tonto?