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Deseo y realidad

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Me resulta obvio que sufro una contradicción permanente muy difícil de sobrellevar. Estudié económicas y durante toda la vida profesional me he dedicado al mundo de la empresa; pero ni aquellos estudios ni esa profesión, me llenaron para sentirme realizado. Debido a esa insuficiencia he ocupado mucho tiempo y gran parte de mi vida al arte, que me ha ayudado a vivir más cabal; aunque sin lograr una plenitud conveniente. Ahora, en las postrimerías de mi vida me pregunto frecuentemente por qué he pasado ese tormento y no corté desde el principio con tal contradicción. Las razones pueden ser muchas y variadas, especialmente por el temor a algo tan etéreo como es el arte, y, consecuentemente, por una profesión como la suya tan abocada a múltiples vaivenes. Pero últimamente he llegado a la razón que creo pueda ser la primera. Porque al arte lo veo como una cosa sagrada y necesito comportarme con él de manera estrictamente venerable; algo que ni por asomo me ocurre con la economía.

Me di cuenta de eso hace poco con la estrella azul que Miró hizo como emblema para La Caixa. En el preciso momento que vi que La Caixa lo situaba en su edificio de Madrid se hundió el mundo ante mis ojos y bajo mis pies. Con el agravante que ahora, por circunstancias ajenas a mi voluntad, soy cliente de esa entidad y no tengo la menor posibilidad de liar los bártulos; es la única oficina bancaria que tengo en seis kilómetros a la redonda. En su momento recibí tal sacudida que me hice la pregunta absurda y extrema que suelo hacerme en las situaciones complejas. ¿Prefiero lo que me da la pintura de Miró que lo que pueda darme un banco? Mi contestación, sin dudarlo, solamente puede ser afirmativa. Porque nunca he necesitado un préstamo, que es lo que puede ofrecerme un banco, y en cambio necesito con frecuencia de la pintura de Miró para resolver mis distorsiones emocionales. Cuando Miró hizo ese emblema, con su visceral ingenuidad, creía que La Caixa era catalana y catalanista y ahora, con su escapada de Catalunya confirmó que, como todos los bancos, no tiene otra patria que el dinero. A mí Miró sí me importa, pero La Caixa no demasiado. Entre otras cosas, porque si los bancos no existiesen quizás habría alguna posibilidad de alcanzar un sistema mundial más cordial, más mironiano; algo que con el actual sistema económico-bancario lo veo imposible. Es imposible, porque los bancos trafican con dinero, y el dinero no es real, sólo virtual. Pero los seres del mundo necesitamos cosas reales para alimentarnos y vestirnos, para vivir. Y necesitamos del arte para descubrir mundos ocultos que lo virtual no nos permite percibir y mucho menos saborear. El emblema que le hizo Miró a La Caixa lo hizo motivado para manifestar la catalanidad por la cual él tanto suspiraba; no para propagar un significado espurio que desnaturaliza, empequeñece y maltrata a su autor. Hay un dicho que reza que con la Iglesia hemos topado, pero en este caso la Iglesia no es nada más que el dinero; el dinero más obsceno que pueda existir. Porque ese emblema sólo le sirve para propagar lo que no es y que nunca será. Sé que cada vez que entre en mi oficina bancaria, ahora de CaixaBank, sufriré una fortísima convulsión.

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