Hay dos aplausos, que recientemente se han dado en el Congreso de los Diputados, que demuestran la categoría humana de algunos: La aprobación en el Congreso de la ley de eutanasia, habiendo hurtado a la sociedad un debate profundo durante su tramitación, se convirtió en un triste espectáculo de diputados aplaudiendo a rabiar una norma que solo representa un culto inmoral a la muerte. No es una ampliación de nuestra libertad, como pretenden creer algunos, sino una claudicación ante la vida, que es el fin último a proteger por el ser humano.
El otro aplauso de los diputados, fue cuando la ministra de Educación, Isabel Celaá , le dijo al diputado Juan José Matarí , que tiene una hija con síndrome de Down: «Señor Matarí, ¿de dónde viene usted? Qué lejos vive usted. Usted no tiene ningún contacto ni con el mundo de la educativo, ni con los padres, ni con los hijos, ni con los profesores. Usted no sé de qué habla».
No recuerdo una menor falta de empatía, ni un mayor desprecio hacia los más débiles. Incluso algunos diputados aplaudieron entre risotadas. Estas palabras son de la ministra de ¡Educación! Y la ministra no ha dimitido, y los suyos seguirán mofándose desde su falsa superioridad.