Otra vez a las urnas. Cuatro elecciones generales en cuatro años. Ya hemos superado a Italia en inestabilidad. No existe parangón en el mundo democrático. La prensa internacional se pregunta que cómo puede ser que sin existir alternativa posible a un Gobierno liderado por el PSOE, pudiendo los socialistas pactar a derecha – Ciudadanos- o a izquierda – Podemos y, en este caso también, con los nacionalistas -, con la desaceleración económica que puede intensificarse por la inestabilidad política, con el Brexit a punto de abrirnos a un camino ignoto pero a buen seguro que lleno de peligros, con Alemania renqueante, con la guerra comercial agravándose, con el precio del petroleo subiendo... el presidente español sea tan irresponsable de llevar el país a otras elecciones. Con la consecuencia posible de que tras el 10 de noviembre no tengamos Gobierno con plenas facultades hasta enero o febrero en el mejor de los casos, que no cabe dar por improbable que el suspense se alargue hasta el verano y que no es imposible que por las heridas producidas por esta convocatoria del todo absurda se pueda heredar una endiablada situación entre los principales partidos que no sólo mejore la actual sino que la empeore.
El aventurismo político de Pedro Sánchez lo convierte en un personaje singular. Fascinante, sin la menor duda. Y no hay ironía en la catalogación. Es un político que desde que decidió presentarse a la secretaría general del PSOE ha ido apostando siempre al todo o nada y siempre gana, e incluso en la única ocasión en la que pareció perder – en la famosa rebelión interna del 1 de octubre de 2016: sólo hace tres años pero parece que son diez – al cabo le salió bien, de una forma que fue increíble y que aún hoy parece mentira que lo consiguiera. Algún día perderá, claro está, y los destrozos serán de siniestro total, pero él debe pensar que mientras tanto le llega ese momento lo mejor es arriesgar sin miedo y disfrutar de las victorias. Al fin y al cabo a todo líder político le llega el fin más pronto que tarde. Así que no hay que preocuparse por eso. Lo importante es gozar del camino. Y de momento ya va para quince meses disfrutando de La Moncloa y todo indica que, a menos que medie una hecatombe electoral socialista que nadie prevé, tiene asegurado unos años más, suficientes en conjunto como para colmar su ambición de ser presidente durante el tiempo necesario para satisfacer su gigantesca soberbia.
Nunca se había visto nada igual. Los presidentes habidos hasta ahora – Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez y Mariano Rajoy – por supuesto que también fueron soberbios, ambiciosos, no tuvieron escrúpulos, echaron mano de mentiras y asumieron grandes riesgos. Nadie llega a la jefatura del Consejo de Ministros diciendo verdades y honrando los usos sociales que damos por ejemplos de urbanidad: la política no va así. Siendo esto verdad, no obstante el elemento diferencial que singulariza a Sánchez es que él, al contrario ques us antecesores, no usa como táctica la mentira, el riesgo y la falta de escrúpulos sino que son parte intrínseca de su forma de hacer política. Le da igual hoy decir blanco y mañana negro y pasado gris para, acto seguido, volver a cambiar el orden cromático en los siguientes tres días y al cuarto decir que nunca ha dicho nada de colores. Y no le cambia ni un ápice el rostro. Es más, acusará a todos de ser los que mudan de opinión y se henchirá de (falso) orgullo por no hacerlo nunca él, verbigracia: cuando en la sesión de investidura de julio dijo que entre los principios y el poder elige los principios, y sin carcajearse.
Mucha gente considerará esa forma de hacer política como algo malo. Puede que sí. Pero es fácil que Sánchez sea un pionero que marque senda. Fíjense si no en Albert Rivera, que cada día que pasa más se le parece.
En fin, que algún día Sánchez desaparecerá del mapa político, como todos los demás presidentes, y sin duda lo hará más pronto de lo que hicieron otros en su lugar -como González y Aznar – pero él habrá conseguido algo que ninguno de los otros líderes ha logrado: implantar una nueva forma de hacer política gracias a su irresponsabilidad y desfachatez nunca vistos, que se convertiránen la nueva norma de conducta general para triunfar en política.
A ver si no es fascinante, el personaje.