Cuando llega el verano ya es tradición, desde hace un par o tres, que los jóvenes catalanistas de Arran ocupen las portadas de los diarios y aperturas de informativas de radio y televisión por sus acciones contra el turismo. Es la turismofobia, según acuñó un ministro turismofílico del PP para designar a los críticos con este negocio. Este año los radicales juveniles han ascendido en la escala cualitativa de sus acciones, haciéndolas imposibles de aceptar en un Estado de Derecho. En el que la propiedad privada no puede ser asaltada de esta forma, por muy crítico que se sea contra lo que se quiera. Ya se ocupará la policía y en su caso la justicia de esclarecer lo acontecido y dirimir responsabilidades, si las hubiere. Mucho más importante es la cuestión política que refleja el incidente turismofóbico. Y en la que cabe enmarcar también las numerosas manifestaciones – de empresarios y políticos- turismofílicas que atacan con saña a los turismofóbicos.
Unos y otros, turismofóbicos y turismofílicos, consiguen desviar la atención pública, que de esta manera se focaliza sobre los aspectos marginales – que si Arran no sé qué, que si los cruceros no sé cuántos, que si… - de un problema muy serio, el turístico, que nuestros aristócratas políticos – PSOE, PP, Podemos, Ciudadanos, Més per Mallorca, PI, Vox, Més per Menorca y Gent per Formentera – no quieren afrontar. Harán lo que sea para evitarlo. De hecho ya lo hacen: niegan que exista. Y dado que en los últimos tiempos Arran y los representantes de la turismofilia – patronal de cruceros, hoteleros, patronales en general…- centran la atención y así les dan la excusa para seguir pasando un año, otro y otro y otro… sin ni siquiera reconocer lo obvio: que tenemos un grave problema turístico.
Y sí, existe tal problema. El modelo actual de explotación turística balear no es que esté amortizado para el conjunto social, es que es nocivo. Ya no crea riqueza social por mucho trabajo -de dudosa calidad, por otro lado - estacional que genere. Es verdad que vivimos del turismo, cómo negarlo. El problema, grave, es que cada vez vivimos peor de él. Nos está empobreciendo. Nada mejor que la escala de PIB por cápita para entenderlo: hace 20 años disputábamos a Navarra y Madrid la condición de región con ese índice más alto. Hoy ocupamos el séptimo lugar. Otro dato que avala la afirmación: entre 2008 y 2018 el PIB balear se incrementó un 16%, lo que para los turismofílicos es la prueba que el turismo nos enriquece. Ya, pero ¿a quién? Porque resulta que el PIB por cabeza se quedó en un aumento del 4%. En términos absolutos no cabe duda de que algunos se han enriquecido muchísimos en los últimos diez u once años gracias al modelo actual de explotación turística. Pero en términos relativos el turismo actual nos está empobreciendo, entendida la primera persona del plural como la sociedad balear.
Porque ese pírrico incremento del 4% ha supuesto para el total poblacional un incremento brutal del gasto público para hacer frente a la progresión demográfica fruto de la inmigración que viene a buscar trabajo atraída por esa supuesta gran riqueza que aquí eclosiona cada año gracias al turismo. En ese mismo período de tiempo el número de residentes en el archipiélago ha aumentado en un 20%. Mientras que la progresión del número de turistas entre 2009 y 2019 ha ido de los 11,5 millones a estar por encima de los 16, casi un 40% más. Uno y otro dato estadístico muestran una realidad salvaje. Es una barbaridad. No existe sociedad civilizada que no controle desde las instituciones públicas crecimientos como estos, porque el descontrol asegura la injusticia social. Aquí a nadie importa nada.
En Baleares crece mucho el número de turistas, crece muchísimo la población y la riqueza relativa está cayendo. ¿Cómo se entiende? Fácil. La riqueza se concentra en unas pocas manos y los costes de generarla van a cargo del conjunto social. Privatizar los beneficios con ayudas públicas y socializar las pérdidas o, para el caso, los costes. Esta es la única política económica que de veras se practica en Baleares, tanto si gobierna la izquierda como la derecha.
Y a todo esto, el modelo turístico no sólo nos empobrece de forma relativa sino que de manera absoluta nos obliga a vivir peor. O sea, perdemos calidad de vida a chorro. Tenemos sobre las carreteras unos 90.000 coches de alquiler, que es un sinsentido que junto al disparatado parque móvil residencial y comercial nos sitúa a la altura de Hong-Kong y otras zonas por el estilo en cuanto a vehículos por habitante. Todo un logro sin duda. Vivimos saturados por los vehículos: ¿esto es riqueza? No, es calidad de vida en descenso. Pero a todos los políticos -sin excepción alguna – les importa un bledo. Fíjense: en la capital española se discute por si el “Madrid Central” sí o no, pero la peatonización de buena parte del núcleo capitalino no se volverá atrás. ¿Alguien ha oído a algún dirigente socialista, podemita o mesista de Palma decir que quiere imponer en nuestra capital regional algo semejante a lo que acepta el PP para Madrid? No, claro, de ninguna manera. Aquí el que manda es el coche. ¿Esto es vivir mejor? Pues no. No existe ninguna voz -en el mundo - con un mínimo de credibilidad en el análisis urbano que así lo afirme.
No es sólo esto, por supuesto. Hablemos del agua. Llevamos un déficit de lluvias enorme en los últimos meses. Pueden apostar a que dentro de nada nuestros maravillosos políticos nos dirán que la ahorremos. ¿Pero alguien obliga a los empresarios turísticos – hoteleros, pero no sólo, también los de todos los negocios que se llaman complementarios – a pagar muchísimo más por ella -un gravamen de castigo, sí, claro que sí- porque cada turista gasta -según un estudio hecho y publicado por la UIB- de media por persona y día la friolera de 500 litros mientras que un residente no pasa de 180? No, ni se imponen impuestos sociales a esa locura del gasto hídrico turístico sino que en la práctica se responsabiliza -a través de esas estúpidas campañas de ahorro individual – a los residentes.
Y así podríamos seguir con otros ejemplos - contaminación, coste de mantenimiento de la red viaria, coste de desalinizadoras y potabilizadoras, erosión litoral, saturación humana… -, pero no es necesario, en realidad. Lo que emerge tras los datos fríos es que el turismo, que tradicionalment había sido en nuestra región un enorme negocio para unos pocos y un buen sistema económico para la inmensa mayoría, mudó, hace una docena de años, a lo que es hoy: un sistema de generación de fabulosas riquezas para unos pocos a cambio del empobrecimiento relativo de la mayoría de cada uno de nosotros y absoluto para el conjunto social.
A la vista de estos datos se entiende muy bien que nuestra aristocracia política no quiera aceptar que tenemos un serio problema con el turismo. Si lo hiciera deberían plantearse qué hacer. Posibilidad que le aterroriza. Por eso seguiremos cómo estamos. Y mientras tanto nos seguirán entreteniendo, cada verano, con los turismofóbicos y los turismofílicos.