Con el estallido de la Primera Guerra Mundial se produjo el cisma en el movimiento socialista. Una parte, los partidos que actuaban en países democráticos, sobre todo, se mostraban partidarios de dar apoyo al esfuerzo bélico de la respectiva nación, mientras que los otros rechazaban el apoyo al gobierno de cualquier país en guerra. Las diferencias no eran nuevas, de hecho desde la creación de la Segunda Internacional, en 1889, las dos ramas del socialismo – reformista y moderada la una, radical y revolucionaria la otra- ya habían chocado. En síntesis se trataba de aceptar la democracia, de ahí lo de ‘socialdemocracia', o de rechazarla por considerarla igual a cualquier otro régimen de los existentes en Europa, como los aristocráticos, tal y como defendían los comunistas.
A partir de esa ruptura, el comunismo no cesó de degenerar hasta llegar al paroxismo perverso con Stalin en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y con Mao Tse Tung en la República Popular de China, los dos regímenes más abyectos de la historia de la humanidad, que vencen por méritos propios sangrientos y abominables al nazismo y el fascismo en cantidad de bestialidades, si bien en cualidad de ignominia humana y política son todos iguales, hermanos. El comunismo proyectó su degeneración hacia otros países, incluso hoy en día existen epígonos patéticos en Corea del Norte, Cuba, Venezuela… Y la misma China actual, culmen de lo peor del ser humano: un capitalismo sin control humanitario alguno multiplicado por la dictadura comunista, una brutal aberración como nunca conoció el mundo, se ha convertido en una potencial mundial y extiende su influencia por África y Latinoamérica.
En la Europa democrática de la década de 1970 se alumbró el eurocomunismo como opción política que pretendía acercarse al socialismo y que rechazaba el totalitarismo de la URSS y la China. En los años ochenta pareció que iba a imponerse al decrépito comunismo tradicional y con la implosión de la dictadura soviética todo indicaba que el comunismo ortodoxo moría. No fue así. Se rehizo bajo otras formulaciones y en muchos países democráticos fue pervirtiéndose de nuevo al abandonarse otra vez a la obsesión contra la democracia y por ende contra la socialdemocracia.
A partir de ahí, allí donde pudo el comunismo trató de destrozar a la socialdemocracia, a la que siempre ha despreciado, aceptando la democracia como mera táctica con la intención de liquidar el socialismo democrático y sobre sus ruinas asaltar el poder. Nunca lo ha logrado, afortunadamente.
En España representó como nadie esa nuevo retorno al pasado Julio Anguita, secretario general del Partido Comunista y coordinador general de Izquierda Unida. El ídolo y referencia política de Pablo Iglesias, según él mismo ha dicho en numerosas ocasiones.
Cuando los dirigentes de un partido político blanden a Anguita como referente, a la bandera roja con guadaña y martillo -sí, ya sé que no eso del todo, pero casi -, cantan con el puño en alto La Internacional, muestran carteles de Lenin y nunca han querido condenar el estalinismo o el maoismo, la probabilidad de que ese partido no sea comunista tiende a cero. Y el comunismo nunca jamás ha sido, ni es ni será democrático. Actuará bajo una democracia, dirá que la acepta pero en verdad siempre la combatirá. Y en ese combate el primer objetivo táctico es la destrucción del enemigo, o sea del más cercano: la socialdemocracia.
Así las cosas, a nadie puede extrañar que a Podemos, como partido neocomunista que es -por mucho que, es verdad también, en él haya gentes que puedan ser demócratas, igual que en Vox los habrá, supongo, a pesar de que su cúpula es neofascista-, y a Pablo Iglesias, como líder del neocomunismo español que es, les cueste horrores pactar con el odiado PSOE, que para ellos no es más que esa socialdemocracia a la que hay que combatir, a la que hay que dar “sorpasso” para sobre sus ruinas “asaltar el cielo”.
Puede ser, todavía, que el vértigo que sienten ambos partidos ante la posibilidad de elecciones anticipadas les lleve a un pacto de no agresión, como los ha habido muchos y variados entre enemigos irreconciliables a lo largo de la historia, mismamente entre el nazismo y el comunismo o, en la España de los novanta entre el comunista Anguita y el ex falangista José María Aznar. Sí, tal vez aún vayan a coaligarse para gobernar el PSOE y Podemos, pero como demuestran todos los ejemplos de acérrimos rivales que han pactado, el acuerdo duraría poco.