Acabando el mes de agosto y con septiembre a punto de iniciarse vamos enfilando hacia los primeros cien días de Pedro Sánchez al frente del Gobierno. En este tiempo -durante el cual se supone que los nuevos responsables institucionales muestran sus credenciales a los ciudadanos- el presidente del Ejecutivo no ha decepcionado. Ha trasladado con absoluta fidelidad su manera de hacer política en la oposición a la forma de gobernar el país. Todo en él son clichés propagandísticos, destellos de ideas nunca desarrolladas, principios que se multiplican y contradicen a conveniencia en función del único objetivo: aguantar en La Moncloa cómo sea, con quién sea que le apoye para conseguirlo y a costa de lo que sea. Nada diferente en su esencia a Mariano Rajoy, podría aducirse. Y sin duda es así. Rajoy prometía bajar impuestos y los subió más que nunca, aseguró mano dura con el nacionalismo y pactó con el PNV el adelgazamiento definitivo de España -lo poco que queda de ella- en el País Vasco... Así que no hay que tener vanas esperanzas. Ni el PSOE será jamás una alternativa ideológica al PP ni viceversa, ni Sánchez hará olvidar a Rajoy... y lo que podría resultar mucho peor: a ver si nos convierte a Zapatero en un gran estadista. Si algo queda claro de estos cien días es que Sánchez intentará aguantar con pactos de todo tipo con Podemos y con los independentistas catalanes -el apoyo de los separatistas vascos del PNV ya lo tiene comprado a buen precio-, pero ni así se asegura del todo poder gobernar de veras, además de aguantar en la cómoda silla. Bien podría ser que, como Rajoy durante dos años, no pudiera más que vegetar en La Moncloa. Conocedor del riesgo, el presidente ha intentado en estas semanas iniciales ofrecer mucho aparato de imagen, tal y como ha hecho con la política de inmigración, y centrarse en la venta de lo más ideológico que entiende que puede ofrecer a su parroquia: Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de (su) Dios. Que el qué hacer con el polvo del dictador sea lo más tangible de la política desplegada por el Gobierno de Sánchez en estos cien días da el tono exacto tanto de la capacidad del presidente como de la seriedad de su gestión. Ahora bien, que este asunto sea una especie de revival interesado por parte de Sánchez -de lo que no cabe ninguna duda- no sella ningún derecho a mantener el Valle de los Caídos como el mausoleo a posta del dictador. No existe parangón. No hay monumento funerario de Hitler en Alemania, ni de Mussolini en Italia, ni de Stalin en Rusia... No debe haberlo de Franco en España. Que la extracción de los restos del dictador sea políticamente interesada y que tenga tanto el aspecto de cortina de humo no la convierte en menos justa.
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