Ya tenemos resultado de urnas catalanas con todas las garantías democráticas. Vencen los separatistas. Setenta diputados sobre ciento treinta y cinco. Mayoría absoluta. Sí, hay divergencias profundas entre Juntos por Cataluña, ERC y CUP pero no obsta para que sea lo que es: los constitucionalistas han perdido frente a los separatistas. Y ahora, ¿qué se puede hacer?
Después de la declaración de la república independiente de Cataluña, el pasado octubre, no queda duda alguna de que algo así no es viable. Y así seguirásiendo a corto plazo si pretenden volver a declararla de forma unilateral. Ningún país la ha reconocido y la actuación del Estado, mediante la aplicación del artículo 155 de la Constitución, interviniendo la Generalidad autonómica, no ha merecido la respuesta de un pueblo levantado por su libertad. Por tanto, luego de la constitución del Parlamento regional y de la toma de posesión del presidente catalán, y del nombramiento de su gobierno, no quedará otra que buscar vías para negociar entre Madrid y Barcelona. No sabemos todavía cómo ni entre quiénes, pero desde luego el qué está muy claro. Algún tipo de pacto, en primera instancia no es necesario que sea a través de la reforma de la Constitución, para que las competencias esenciales y más simbólicas de Cataluña estén en la práctica blindadas. Luego, a medio plazo, será inexorable la muda constitucional para hacer de España un país confederal al menos en algunos aspectos, para que el País Vasco y Cataluña sean naciones políticas -casi- al mismo nivel que España.
De esta manera se evitaría la secesión unilateral durante algunos años. Es verdad, sin embargo, que como se analizaba estos días en la BBC, el futuro a largo plazo, más allá de una década, pinta mal para el mantenimiento de España. Y lo mismo para otros países, no sólo de Europa. Cada vez se está extendiendo más el fenómeno de zonas ricas que quieren separase de las pobres de su propio país, para ser más pudientes. Según el servicio de análisis estratégico del ministerio de Defensa británica -citado por la radio y televisión pública referida- este proceso es imparable, y no sólo en Europa, y augura para mediados de siglo una verdadera epidemia global al respecto. A saber qué pasará dentro de tres décadas, pero a mucho menos tiempo vista es inevitable imaginar a Cataluña independiente de España. Porque tras los resultados electorales -nada que ver con la fantasmada del 1 de octubre- no puede negarse la legitimidad de la aspiración separatista, que se ha expresado mediante las leyes y las normas democráticas. Todo puede cambiar, pues es política de lo que hablamos, un ámbito cambiante como ninguno, pero la solidez separatista -al menos hoy por hoy- se demuestra tan contundente que de mantenerse así un par de elecciones más sería imposible contener -excepto que mediara la violencia, así sí- el deseo de separación.