Tras las elecciones generales celebradas el pasado día 20 de diciembre sólo cabe una suma para tener gobierno. La que surja de las negociaciones entre el PSOE y Podemos y, luego, con el resto de la izquierda, el nacionalismo y separatismo. Esto de lo que tanto se habla estos días, del pacto PP-PSOE, sería no sólo una tomadura de pelo sino algo mucho peor y peligroso: la perversión del sistema, el fraude a los resultados electorales. España no es Alemania, como pretenden algunos. Allí tanto la derecha como la socialdemocracia comparte la misma concepción de país. Aquí no. Es tan simple como esto. La izquierda -con la excepción del socialismo de las regiones subdesarrolladas como Andalucía y Extremadura, que es minoritario en el conjunto de la representación parlamentaria de este ámbito-, así como todos los nacionalistas -incluidos los separatistas- no comparten la concepción de país que tienen los otros, los de la derecha: PP y Ciudadanos. Por tanto, allí, en Alemania, cabe la suma de los dos partidos mayoritarios para hacer frente a retos importantes. No aquí, en España, pues la separación es esencial. Durante los últimos cuarenta años hemos hecho como si ya no existieran las dos Españas. No nos engañemos más. Existen. Claro que sí. Lo que hemos aprendido, y bueno que es, es a soportarnos. Pero esto implica que aceptemos la democracia. Todos. Ganen o pierdan los nuestros. Hasta ahora hemos dado en convenir de facto que la democracia consistía en que siempre ganaban los mismos, los de la España-monárquica-de-los-500-años-que-es-la-nación-más-antigua-de-Europa-y-etcétera y gobernaban contra los que tienen la concepción de país republicano, plurinacional, con derecho a la autodeterminación y etcétera. Tras cuatro décadas de votar ya va siendo hora de que todos aceptemos que los otros también tienen derecho a intentar gobernar. Déjese pues a Sánchez intentar formar gobierno con el apoyo de Podemos, restos izquierdistas y demás. Si lo consigue, adelante. Si no, o caen pronto, pues no pasa nada: elecciones. A eso se le llama democracia. Y lo es. O debería serlo.
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