Han pasado casi ocho meses desde la investidura de José Ramón Bauzá como presidente del Govern. Si algo ha quedado claro en este relativamente breve lapso de tiempo es que el presidente delega poco, quiere controlarlo todo y gobierna a su manera, a su bola, sin atender ni mucho ni poco a lo que dice el aparato del PP. Al menos a lo que piensa y expresa el viejo aparato del PP. Ni barones, ni vacas sagradas, ni cuadros nada ni nadie influye en Bauzá. Excepto su reducidísimo círculo de máxima confianza compuesto por escasamente cuatro personas. El resto no pinta nada. Hasta el presidente del Parlamento, Pere Rotger, ha reconocido que no son formas de gobernar. Bauzá es el primer presidente que no sólo gobierna a su particular manera todo el ejecutivo –nadie se había atrevido hasta ahora, ni Gabriel Cañellas en sus mejores tiempos- sino también –en aquello que considera de su interés- los consells insulares y los principales ayuntamientos. La peculiar forma de gobernar se evidenció con su actitud en Felanitx. Reunió allí su gobierno a pesar de la protesta anunciada. Y no para decidir nada –porque nada decidió el Govern- sino simplemente para que quedara claro que nada ni nadie lo arredra. Una actitud loable en un héroe de cómic, pero muy preocupante en un presidente del Govern, que prefiere potencialmente provocar un altercado antes que dar su brazo a torcer en algo que ni les va ni les viene a la inmensa mayoría de ciudadanos. Ante esta manera de gobernar, tan cesarista y arriesgada, no es extraño que se levanten suspicacias en el seno del PP.
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