El debate entre Rubalcaba y Rajoy lo ganaron los dos. Rajoy, porque no perdió ni un voto entre los suyos -y los que pudiera haber perdido entre la ultraderecha, por demostrar su acuerdo básico en relación a ETA con el PSOE, lo compensaría por el centro debido a la moderación de la que hizo gala- y por ende ganará de calle las elecciones. Y Rubalcaba porque a pesar de demostrar que da los comicios por perdidos también dejó claro que su objetivo no era la competencia electoral sino ganar unos votos -que sin duda los ganó- por su izquierda que le permitan liderar la transición del PSOE tras la derrota en urnas. Lo que sorprendió más del cara a cara fueron los pactos entre los dos equipos de los supuestamente contendientes. Ni una palabra sobre la corrupción, cuando es un gravísimo problema que tiene la política española. Nada de la Unión Europea: ni sobre que esté en casi quiebra, ni del papel de España en ella, ni de... nada de nada, y eso que las cuestiones esenciales europeas no se dilucidan en el Parlamento Europeo sino entre los gobiernos de los estados, por tanto es en las elecciones nacionales donde cabe contrastar seriamente sobre la visión que cada partido tiene sobre cómo debiera ser esa Unión que se nos cae a pedazos. Ni mención tampoco a Zapatero, el triste presidente saliente: ambos lo dieron por más que amortizado. Ni salió a colación el nada espectacular papel ministerial que hizo Rajoy en los gobiernos del siniestro Aznar, el guerrero servil de Bush. En resumidas cuentas, que pactaron no hacerse daño, dar el morbo imprescindible a la audiencia y, sobre todo, que cada uno pudiera lograr el objetivo que se marcaron ambos en el debate. Lo consiguieron.
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