El mundo contiene la respiración y aguarda con tanta inquietud como preocupación el resultado de la jornada electoral que protagoniza Estados Unidos en este primer martes de noviembre de 2024. Son unos comicios presidenciales que se celebran bajo el doble signo de la polarización y la incertidumbre. En el primer caso, por la enorme división social y política en la que se hallan sumidos los ciudadanos del país, con diferencia prácticamente insalvables, que conducen a la discrepancia más radical e incluso a la imposibilidad de abrir diálogos para alcanzar pactos institucionales. Y por las dudas en torno al empate técnico que pronostican los estudios demoscópicos entre la demócrata Kamala Harris, hoy vicepresidenta de Joe Biden, y el republicano Donald Trump, que ya desempeñó la presidencia entre 2017 y 2021. En los sondeos que tuvieron en cuenta a candidatos de terceros partidos, el 47 por cien apoya a Trump y el 46 por cien a Harris. En las encuestas que solo valoran a los dos aspirantes principales, Harris y Trump están empatados con un 49 por cien.
Trump, el primer presidente no reelegido.
En 2020 ganó el candidato demócrata, Joe Biden, con 306 votos electorales frente a los 232 de Trump. En voto popular, Biden recibió 81 millones de votos mientras que Trump obtuvo 74 millones. Con su derrota el candidato republicano, Donald Trump se convirtió en el primer presidente en no ser reelecto desde 1992.
Continuidad democrática o fanatismo.
La victoria de Harris será interpretada en clave de continuidad democrática, mientras que el triunfo de Trump es percibido con desasosiego –hay gran intranquilidad en toda la Unión Europea– porque el expresidente es asociado al fanatismo y a un nacionalismo populista. Sobre Harris recae la gran responsabilidad de frenar esta deriva autoritaria y de escribir, para la historia de Estados Unidos, la página de la primera mujer elegida presidenta.