La catástrofe de la DANA, que se ha cobrado ya la vida de 158 personas, es una consecuencia directa del cambio climático, que es una realidad y no tiene ningún sentido negar. Los expertos apuntan a que la sequía y el calentamiento global, junto con la polución desatada y una presión demográfica inasumible, nos han condenado a sufrir una serie de fenómenos meteorológicos extremos, como el que ha azotado esta semana la Península y el lunes se dejó notar con fuerza en Porto Cristo. Las DANA, que antes eran conocidas como gotas frías, serán cada vez más frecuentes y devastadoras y las autoridades deberían adelantarse a sus consecuencias. En el Gobierno y las comunidades autónomas faltan científicos que aconsejen a los políticos y sobran asesores sin formación alguna. También ha llegado el momento de afrontar un debate complejo: ¿Están nuestras infraestructuras –muchas de ellas obsoletas– capacitadas para aguantar estas tormentas huracanadas?
Ríos y torrentes.
Lo cierto es que una gran parte de las carreteras, autopistas e infraestructuras claves del país están ubicadas cerca de ríos o torrentes, con puentes que, como se ha visto en Valencia, pueden ser arrasados por la fuerza del agua con relativa facilidad. Esos tramos, pues, se convierten en auténticas ratoneras para los conductores, en trampas mortales de las que es casi imposible escapar.
Nuevas infraestructuras.
Sólo una reconstrucción de esas vías, colocadas en puntos más seguros y estratégicos, garantizaría su supervivencia en caso de catástrofe como la vivida estos días. Sin embargo, la inversión presupuestaria sería muy elevada y las administraciones parece que tienen otras prioridades. Como tampoco se pone freno a la construcción desmesurada. Es decir, damos todas las facilidades para que tragedias como las de Valencia se repitan una y otra vez.