Esta semana, en Mallorca, han sido noticia tres incidentes de distinta índole con un denominador común: las sustancias estupefacientes. En primer lugar, la gran operación antidroga de la Policía Nacional y la Guardia Civil, que tomaron Son Banya y otros enclaves, y se saldó con 62 detenidos. Días después, un hombre murió apuñalado en s'Arenal tras ser atacado por otro, en un aparente ajuste de cuentas por un tema relacionado con las drogas. Y ayer, de repente aparecieron más de 400 kilos de hachís en playas de Santa Ponça y el Port d'Andratx, presumiblemente procedentes de alguna embarcación que iba a descargar un alijo y se encontró con un temporal en la costa.
Una lucha titánica.
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad llevan décadas volcadas en erradicar los puntos de venta de Mallorca, pero en cuanto uno de ellos es clausurado resurge otro. Con el poblado gitano ocurre lo mismo: la caída de ‘La Paca' y todo su imperio prometía tiempos difíciles para los narcos de Son Banya, pero han podido recuperarse del golpe y el supermercado de la droga es el de siempre. O quizás más. Las condenas en los juzgados contra traficantes también son continuas y muy duras, pero no desciende el número de procesados. A muchos jóvenes no les importa jugárselo todo para llevar un ritmo de vida alto. Y es algo que nos debería hacer reflexionar, porque se trata de un fracaso de la sociedad actual.
Una cuestión no solo policial.
Pero la lucha contra los narcóticos no puede enfocarse únicamente desde el punto de vista policial y judicial. Es algo más profundo, de tremendo calado social, que invade otras esferas. Desde las familias y las escuelas debe inculcarse a los niños y niñas que las drogas no solo destruyen a los consumidores, también a sus familias. Es un drama que se lleva por delante todo lo que encuentra a su paso. Y dispara los índices de la delincuencia.