El inesperado y audaz ataque de las milicias de Hamás a Israel, que al cierre de esta edición se había saldado con más de doscientos judíos muertos y el doble de árabes fallecidos, ha hecho estallar el polvorín de Oriente Medio. El primer ministro israelí, el discutido Benjamin Netanyahu, ha declarado que su país está en guerra contra los combatientes de Gaza y se teme que la respuesta de su Ejército aumente el baño de sangre en la región. Se trata de un auténtico terremoto en una zona muy sensible que puede convertirse en un avispero. Desde la fundación del Estado de Israel en 1948 los conflictos con egipcios, sirios, jordanos y palestinos han sido continuos, pero ayer la escalada cruzó todas las líneas rojas y golpeó a la población civil en suelo israelí.
Condena internacional.
El golpe sin precedentes de Hamás ha recibido una condena de gran parte de la comunidad internacional, que ha salido en defensa de Israel. Ahora, con comandos árabes todavía infiltrados en el otro país y con decenas de judíos secuestrados, el conflicto plantea un horizonte muy negro. Y largo. Todo indica que no se tratará de las frecuentes escaramuzas que se sostienen en la frontera de Gaza, sino -tal y como ha advertido Netanyahu- de una auténtica guerra, donde los dos bandos sufrirán muchas bajas y la destrucción en la franja será dantesca. Como en todas las guerras, la población civil será la más afectada.
¿Ayuda iraní?
El golpe de Hamás ha supuesto una auténtica humillación para las fuerzas armadas de Israel, una de las más poderosas del mundo, que se han visto desbordadas por tierra, mar y aire por un enemigo supuestamente mucho más débil. Tampoco los servicios de Inteligencia detectaron lo que se avecinaba. En este punto, todo parece indicar que las milicias de Hamás han recibido ayuda material y entrenamiento de las fuerzas iraníes, archienemigos de Israel y que en numerosas ocasiones han abogado por la «eliminación total» del Estado hebreo.