La inauguración de la planta de hidrógeno verde de Lloseta vuelve a situar Mallorca en el mapa de la vanguardia. La instalación ubicada en las dependencias de la antigua cementera Cémex se convierte en la primera del sur de Europa en fabricar hidrógeno para su uso como combustible para el transporte en carretera y el abastecimiento de sistemas de calefacción. Una producción en esencia sostenible, ya que se generará exclusivamente a partir de paneles fotovoltaicos. Una infraestructura de suma importancia y enorme proyección internacional. Lo demuestra que su puesta de largo concitara ayer la presencia de dos ministras del Gobierno de España.
Dependencia intolerable
La materialización del proyecto –bendecido por la Comisión Europea y que cuenta con el impulso de Enagás, Acciona y Redexis– llega en un momento crucial. Justo en un contexto geopolítico que despeja toda duda sobre el inicio de una transición energética que no acepta más dilaciones y en el que la agresión de Rusia a Ucrania advierte de que las garantías de suministro energético a las democracias liberales europeas no pueden seguir dependiendo de manera casi absoluta de sátrapas como Putin.
Nueva industria, nueva economía
Las derivadas del conflicto ucraniano han puesto en evidencia la catastrófica dependencia que el bienestar de Europa tiene del gas ruso. Una amenaza, ya constatada, que las administraciones deberían trocar en oportunidad. En incentivo para desarrollar proyectos como el de Lloseta que contribuyan a avanzar en el camino de las energías renovables y la consiguiente soberanía energética. Urge que gobiernos y empresas coordinen inteligencias, recursos y agendas para crear una nueva industria y economía energética para que combustibles limpios, como el hidrógeno verde, accedan a la cotidianidad y su concurso contribuya a la sostenibilidad del medio ambiente y, no menos importante, de nuestros maltrechos bolsillos.