Una vez embridada la última ola de contagios y con más del 70 % de la población vacunada con doble pauta, los municipios de Mallorca optan por reactivar la celebración de las tradicionales ferias de otoño. Todo después de que la COVID haya obligado durante año y medio a la cancelación de las citas programadas para el otoño de 2020 y las primaveras de ese año y del presente. Decisiones del todo razonables debido al carácter de unos eventos en los que las aglomeraciones de gente son una constante y la imposibilidad de mantener la distancia social un factor de riesgo. Máxime en unos meses en que la protección que están procurando ahora las inoculaciones era todavía un horizonte lejano.
Duro golpe
La rehabilitación de las tradicionales ferias municipales no sólo significa un espaldarazo a la recuperación de los calendarios prepandemia, sino que puede constituir un revulsivo para las maltrechas economías locales. En la mayoría de los casos, articuladas por pequeñas sociedad mercantiles (unipersonales o de pocos socios) y, de manera significativa, por trabajadores autónomos en el caso de actividades relacionadas con la artesanía, la agricultura o la labor manufacturera. Profesiones a las que la COVID ha golpeado si cabe con mayor saña.
Doble reto
No obstante, el hecho de recuperar la celebración de las ferias locales supone un doble reto: el ya mencionado relanzamiento de la economía local y de las actividades más vulnerables, pero también el de hacer compatible esta reactivación con la seguridad sanitaria. Los ayuntamiento han dado un paso decidido en esa dirección. Sin embargo, debe ser secundado por una ciudadanía que ha de entender que tiene la obligación cívica y moral de comportarse con arreglo a las prevenciones prescritas frente a un virus que sigue entre nosotros y cuyos peores efectos sólo conseguiremos revertir desde la educación y la responsabilidad individual.