Baleares vive estos días unos momentos delicadísimos. La cifra disparada de contagios –este jueves se alcanzó el máximo diario de toda la pandemia– está haciendo peligrar la temporada, tal y como ya ocurrió el año pasado. Alemania tiene previsto anunciar hoy sus recomendaciones sobre los viajes a las Islas, mientras que los vuelos desde los Países Bajos han quedado cancelados y desde Gran Bretaña se suceden las cancelaciones. Ante este panorama, algunas cadenas ponen sobre la mesa el cierre de establecimientos. La expansión de la variante Delta, de la que España no es una excepción en Europa, está trastocando todas las previsiones respecto a la recuperación de nuestra principal industria.
Una reacción inmediata.
Las autoridades sanitarias de los principales emisores turísticos mantienen los criterios iniciales respecto a la evaluación de la pandemia, a pesar de que –por fortuna– la gravedad de las nuevos casos y la presión hospitalaria es mucho más suave que en las anteriores olas. No obstante, el Govern se encuentra en un punto que hace inevitable la adopción de restricciones que daba la impresión que ya habían quedado atrás. Con los índices actuales por el comportamiento irresponsable de determinados colectivos, principalmente jóvenes y algunos padres, la activación de nuevas limitaciones resulta inevitable. El Govern descarta por ahora la más grave de todas, el toque de queda, que cuenta con el apoyo del sector de la restauración. Esta medida transmitiría una imagen terrible al exterior en plena temporada alta.
Un mensaje claro.
El Govern debe expresar un mensaje claro dentro y fuera de Balears. Controlar la pandemia es una tarea colectiva, sin excepciones para turistas y residentes, en la que junto con la aceleración de la vacunación es imprescindible mantener todas las medidas de prevención activadas. La relajación de las últimas semanas ha desembocado en la actual encrucijada.