El encuentro celebrado este lunes en Palma entre los presidentes de Baleares y València, los socialistas Francina Armengol y Ximo Puig, respectivamente, sirvió para reclamar, de nuevo, el importante papel de las regiones periféricas en el conjunto del Estado. La visión centralista de España sigue marcando la política del Gobierno, con independencia de su color político.
Con cierta sorna se recordó que en la periferia «hay vida, incluso inteligente», un modo de enfatizar la incomodidad que genera el modo de analizar los problemas del país y la búsqueda de soluciones desde Madrid. La queja, que lleva repitiéndose desde el siglo XVIII, no parece haber encontrado remedio o alivio en el actual modelo autonómico.
Ceguera económica.
La estructura territorial de la economía española revela que, sin menoscabo del papel de Madrid, son las comunidades periféricas las que son los auténticos motores económicos del país. Catalunya, el País Vasco, València, Galicia, Aragón e, incluso, Balears, realizan aportaciones importantísimas a la riqueza de España gracias a la actividad industrial de todo tipo o turística, como sería el caso de las Islas. Sin embargo, el Gobierno mantiene una estrategia basada en un centralismo que, en la mayoría de los casos resulta inoperante. Las grandes inversiones estatales tratan de continuar alimentando una centralidad anacrónica en los tiempos actuales. Armengol y Puig lo han reiterado.
Un cambio de estrategia.
La coincidencia de Baleares y València en el análisis debería ser un toque de atención respecto a la actitud del Gobierno, aunque con los precedentes conocidos no es posible albergar demasiadas esperanzas. El Estado debe tomar conciencia de que es, precisamente, en la periferia donde debe invertir si en realidad quiere fortalecer el país. El presidente Sánchez tiene una oportunidad única para provocar un auténtico punto y aparte en el actual modelo de Estado de la autonomías.