La gran desescalada en las restricciones que afectan a la hostelería y la llegada mañana al puerto de Palma del Mein Schiff 2, el primer crucero turístico que atracará en quince meses, son un síntoma más del regreso a la ansiada normalidad. El atraque del buque supone el regreso de un modelo turístico que genera un importante volumen de negocio en el centro de Palma –junto a los monumentos más emblemáticos de la ciudad– y, también, en todas aquellas actividades vinculadas a la oferta complementaria. El importante avance en el control de la pandemia ha permitido la apertura de mercados turísticos tan destacables como el alemán, que junto con el de los países escandinavos y Francia, tiene un comportamiento excelente en los inicios de la temporada.
El premio al esfuerzo colectivo.
Aunque con incidencia todavía muy dispar, Baleares está logrando dar pasos importantes gracias a los buenos resultados a la hora de frenar el avance del virus, circunstancia que ha permitido proyectar la imagen de un destino seguro. La aproximación progresiva a la normalidad en el sector turístico no deja de generar voces discrepantes en lo que supone reiterar un modelo económico que también tiene sus puntos flacos, una crítica advertida por los expertos pero que la urgencia por salir de la crisis obliga a retrasar la adopción de las medidas correctoras. Lo urgente desplaza lo importante en las actuales circunstancias, pero es preciso acotar plazos para abordar nuevos planteamientos.
Un escenario más optimista.
En pocas semanas el clima económico de Baleares ha dado un giro muy importante. La principal industria vuelve a latir con fuerza a la espera de que se levanten las restricciones en el mercado británico, el último gran escollo que falta para alcanzar el ritmo necesario para llegar al final de la crisis. No es el momento de lanzar las campanas al vuelo, pero sí de acreditar que el escenario ha cambiado de manera radical. Y a mejor.