En la era de los menús degustación que caben en una cucharilla, hay un rincón en Palma donde no escatiman producto, donde el pan se convierte en escenario de una desmedida obra culinaria. No hablamos de cualquier bocadillo. Hablamos de bocatas colosales, talla XXL, generosos hasta el delirio y capaces de redefinir, bocado a bocado, el concepto de abundancia. Este templo del exceso lleva por nombre Pokatas, y no encontrarán bocadillos más grandes en toda Mallorca.
Carla Mas es la cara afable, la encargada de lidiar con el público, pero la alquimista del relleno, la maga de la barra de pan, es su madre. No da entrevistas, ni falta que hace: su obra habla alto y claro. Ante el tamaño y magnitud de estos ‘bocatas’, la primera pregunta es obligada: ¿cómo se equilibra semejante ‘criatura’ para evitar que acabe desparramada por los suelos al hincarle el diente?
La clave es «un buen pan de base, que tenga cuerpo y sea consistente, que aguante todo el contenido, que es mucho», explica Carla. Evidentemente, el sabor cuenta, y mucho, por ello «utilizamos ingredientes de primera calidad». Ya saben... si vas a construir una catedral, necesitas cimientos a la altura.
«Empezamos vendiendo pollo asado, con su barra de pan y su all i oli, hasta que un día pensamos: ‘¿y si lo metemos todo dentro del pan?’». Y lo que podría haber sido un simple antojo casero se convirtió en Pokatas, y de ahí, religión. Son las doce del mediodía y ya hay gente esperando su pedido.
El primero en salir es un bocadillo de pulled pork de casi un metro de largo que va directo a la mesa de un joven. Por lo general, «la gente no los comparte, se los come enteros», e incluso hay quien «vuelve a por otro, aunque el segundo sí lo comparten», apunta Carla sin pestañear. Mientras habla, en la terraza, el joven de mirada decidida está dando buena cuenta de su ‘bocata’. Y cuidado que se viene spoiler: se lo termina.
Un metro de bocata
Montar un bocata que ronda el metro de longitud no es tarea de aficionados. Se necesita estrategia y técnica. Diantres... se necesita fe. Y, lo crean o no, aunque parezca increíble se montan «en tres o cuatro minutos».
Los favoritos del público son el cubanito de ternera con mayonesa trufada, el mallorquín con sobrasada, el de pollo asado (un homenaje a sus inicios), el vegetal, y el mencionado de pulled pork (una oda al cerdo deshilachado con carácter), pero también.
Preguntamos a la entrevistada qué pasa cuando entra un cliente nuevo y ve llegar al ‘bicho’. Carla ríe: «Flipan. Hay risas, selfies, incluso memes. Los bocatas salen en más de un stories». Porque aquí, además de comer, se vive la experiencia. Y si hace falta pues se sube a las redes, claro.
En una Isla donde el llonguet es parte del ADN, la comparación es inevitable: «El sabor es diferente, de hecho no tiene nada que ver con el clásico llonguet», aclara Carla Mas. Rivalidad no hay, cada uno juega en su liga. Uno es poesía breve. El otro, una telenovela larga y comestible.
En esta era de platos minimalistas, este lugar reivindica lo esencial: comer bien, comer mucho, y disfrutarlo sin culpa.
dues mossegades i liquidat, una panxada de fam.