Mi aventura comienza a las cinco de la mañana, cuando el móvil me despierta con un brusco tintineo. Aún es noche cerrada cuando abandono Palma rumbo a Capdepera, las calles están más vacías que los bolsillos en la cuesta de enero y ‘hace un frío luterano’, como apuntaba el ingenioso Quevedo en Alatriste. Pero no me quejo, la banda sonora del coche de Teresa, fotógrafa de esta casa, decreta el estado de felicidad durante la hora de trayecto.
El día despunta cuando llegamos al Gran Hotel Cap Vermell, cuartel general del IB Ballooning Festival Mallorca. El hall está repleto de 'influencers' y periodistas llegados de todos los rincones del continente. Tras un ligero refrigerio iniciamos una salida escalonada hasta el campo base. En los diez minutos de trayecto acribillamos a preguntas a nuestro chófer, Lluís Crespo, un joven de Capdepera que nos aclara con un desparpajo impropio de esas horas todas nuestras dudas. Nos explica que la cesta está fabricada con un material ligero, flexible y muy resistente, con la base de madera; mientras que el globo se confecciona con una lona de poliéster similar a la que usan los paracaídas. Me llama especialmente la atención su apunte sobre lo poco que ha evolucionado esta actividad, que mantiene el romanticismo que impulsó a sus creadores, los hermanos Montgolfier. Para Lluís, que se está formando para piloto, lo más complejo resulta seguir al globo desde tierra, «te tienes que buscar la vida, meterte por muchos caminos y a veces no es fácil», apunta.
Llegamos al campo base, un terraplén colindante a Cala Agulla del que partirán la veintena de globos, gobernados por pilotos de diferentes nacionalidades (Suiza, Lituania Francia, Eslovaquia, España…).
Los pilotos se afanan desplegando las lonas, que por lo que cuentan pesan entre los 150 y 170 kilos, mientras los técnicos realizan el briefing, una prueba que consiste en liberar un pequeño globo para comprobar la orientación del viento. En apenas ocho minutos un potente ventilador hincha la lona, bajo la que cuelga una cesta con capacidad para cinco persona. Es hora de subir.
Verán... aunque tengo la lengua muy suelta, nací miedoso. Sufro claustrofobia, acrofobia, tanatofobia, aracnofobia y, desde que vivo en Mallorca, un poco de germanofobia… -aunque ni rastro de anglofobia oiga, ¿cómo puede uno recelar del país de Shakespeare, los Beatles y la minifalda?- Pero, al turrón: tengo miedo a las alturas. Quédense con eso.
Me encaramo a regañadientes a la cesta, mucho más voluminosa de lo que imaginaba, pero tiemblo como un soldado francés ante la mirada burlona de Teresa, que pronto se olvida de mí para dirigir su atención a la embriagadora vista que se abre ante nosotros.
Ascendemos ante la atenta mirada de la Benemérita, que desde tierra vela por la seguridad del evento. Somos los primeros en partir, el resto nos seguirá en tropel. Observo a tres bañistas nadando en las aguas de Cala Agulla, y más allá se expande una imponente panorámica de Cala Rajada. Me siento Willy Fog. Uno no conoce Mallorca hasta que la divisa desde las alturas. Los perfiles caprichosos de su geografía se pierden en el horizonte mientras el sol, incipiente, eleva el mercurio. Me quito la chaqueta, respiro hondo, aire puro. El vértigo ha desaparecido dando paso a una reconfortante sensación de calma, que elimina de un plumazo mis recelos, mis dudas.
Da igual a donde mire, solo veo globos, una veintena de aeronaves surcando gracilmente los vientos. Jordi Aracil de Ibballooning es nuestro piloto y organizador del evento, junto al Gran Hotel Cap Vermell y el Ajuntament de Capdepera. Maneja los dos quemadores de propano que, rugientes, calientan la superficie interna del globo, proporcionándole dos horas de autonomía. Avanzamos a unos 300 metros de altura, pero el pico en nuestra travesía superará los 800. Una altura tan intimidante como cautivadora. No es de extrañar que Napoleón usará estos artefactos para observar el avance de las tropas enemigas.
Aunque al inicio nos desplazamos a merced del viento, no tardamos en apuntar al Castell de Capdepera, que sobrevolamos en silencio, evitando el mar. «Siempre hay que hacerlo», advierte el piloto. El tiempo en las alturas pasa volando -valga la redundancia-, vuelvo la vista y contemplo el resto de globos que avanzan a nuestra estela, Teresa los apunta con su cámara. El viento nos abraza suavemente mientras sobrevolamos planicies y fincas privadas, y entonces Jordi nos señala el campo abierto en el que tomaremos tierra. Nos recomienda tomar los asideros en previsión de un aterrizaje brusco. Pero la toma de contacto es tan suave como el culito de un bebé.
Y no hay mucho más que contar, esta ha sido la experiencia de subirse en un globo aerostático. Una actividad nacida en el siglo XVIII, que trescientos años después sigue maravillando. Su magia, su secreto, está en que nos depara una deliciosa incertidumbre, puesto que solo conocemos el lugar de partida, pero no donde tomaremos tierra. Le recuerda a uno sus años bárbaros, cuando sabías como comenzaba la noche pero ignorabas como acabaría.
Ficha técnica
Programa del festival
Xavi SolàVIERNES 25 DE OCTUBRE
7:00 Briefing
8:00 Vuelo
11:00 Carga de gas
17:00 Briefing
18:00 Vuelo
SÁBADO 26 DE OCTUBRE
7:00 Briefing
8:00 Vuelo
11:00 Carga de gas
17:00 Briefing
18:00 Vuelo
DOMINGO 27 DE OCTUBRE
7:00 Free Briefing
8:00 Vuelo
11:00 Carga de gas para cautivo nocturno
13:00 Paella de despedida
18:00 Cautivo nocturno Castillo de Capdepera
20:00 Despedida