El asteroide Ryugu es uno de los objetos más antiguos del sistema solar y desde él se trajeron muestras a la Tierra. Dos pequeñas partículas han llegado ahora al Centro de Astrobiología donde se investigarán los componentes químicos previos necesarios para las moléculas con las que se construye la vida. En el madrileño Centro de Astrobiología, el equipo que lidera la planetóloga Olga Prieto-Ballesteros se inclina sobre una mesa mientras intenta abrir dos cápsulas cilíndricas de acero inoxidable con una doble estructura de protección, cada una contiene un trocito del asteroide, de 0,5 y 0,7 milímetros.
Los científicos coinciden en que es «un privilegio» tener estas muestras, mientras observan a través de un cristal los dos pedacitos, de la edad de nuestro sistema solar (unos 4.600 millones de años), y que, de momento, permanecerán en la segunda cápsula protectora, lo que no impide su análisis. La sonda Hayabusa 2 de la Agencia Espacial Japonesa (JAXA) logró en 2020 traer a la Tierra muestras de Ryugu en una aventura de cinco años, con dos aterrizajes en la superficie del asteroide y su posterior regreso a nuestro planeta para dejar caer su carga desde el cielo.
En total, 5,4 gramos de polvo y rocas milimétricas custodiadas celosamente por JAXA, que en ocasiones las comparte con grupos de investigación de todo el mundo, cuyos proyectos son elegidos en un estricto y altamente competitivo proceso de selección. El Centro de Astrobiología, del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) y del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), acaba de recibir esas dos partículas con las que trabajará el equipo, formado, entre otros, por el INTA, la Universidad de Alcalá, el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) y la Universidad de Tokio.
Preservar su composición Prieto-Ballesteros, geóloga e investigadora principal del proyecto, dice a EFE que las cápsulas conservan las muestras, algo más grandes que un grano de arena y de color negro, en una atmósfera inerte, «para que no se contaminen y estén completamente aisladas, lo que preserva su composición inicial». Toda precaución es poca para mantener prístinas las pequeñas rocas de Ryugu, un asteroide de tipo carbonáceo en órbita cercana a la Tierra. Se cree que en miles de millones de años ha sufrido mínimos cambios, por lo que contiene información sobre el origen y evolución del sistema solar.
El día en que se abrió la primera cápsula estaban todos «muy nerviosos». «Somos conscientes de que son muestras muy preciosas para la comunidad científica, realmente es un privilegio poder trabajar con ellas, tener en las manos un trocito del principio del sistema solar es realmente muy emocionante», admite Prieto-Ballesteros. El equipo tiene dos objetivos principales, uno relacionado con la astrobiología y otro aplicado a la exploración espacial. El primero es determinar si en las muestras hay moléculas orgánicas prebióticas no canónicas. Las moléculas prebióticas son «los bloques necesarios para construir las moléculas con las que se construye la vida».
Las no canónicas son diferentes de las que se sabe que componen los nucleótidos, como el uráclio ya detectado por otras investigaciones sobre partículas de Ryugu. Esas moléculas prebióticas no canónicas se pueden formar y preservar en los asteroides carbonáceos. El equipo va a investigar la presencia de ese «espacio químico» que puede evolucionar hacia moléculas biológicas siguiendo trayectorias alternativas a las habituales, explica. Ryugu es un cuerpo celeste de larga historia. Primero se formó como un asteroide, luego se rompió y se volvió a agregar, toda esa evolución está registrada en sus minerales y materia orgánica.
La matriz mineral dará «mucha información» sobre cómo se agregó todo el material en los comienzos del sistema solar -explica- y las alteraciones sufridas desde entonces. Instrumentos que irán al espacio El segundo objetivo, «de mucho interés para JAXA», es analizar las muestras usando modelos de instrumentos que irán en próximas misiones espaciales. El espectrómetro láser Raman (RLS) del rover Rosalind Franklin, que viajará a Marte en una misión de la Agencia Espacial Europea, y el espectrómetro Raman RAX de la misión MMX de JAXA con destino a Phobos, una luna de ese planeta.
Usar estos modelos antes de que sus gemelos viajen al espacio ayudará a conocer sus posibles limitaciones y mejoras, además de afinar la interpretación de los datos que envíen. Una vez liberada la primera protección, el equipo se arremolina ante el Raman para someter una de las muestras a un análisis espectroscópico, en poco tiempo surge en la pantalla del ordenador un gráfico rojo. Es solo una primera toma de contacto.
Un año para estudiarlas El equipo trabajará con dos partículas que no han sido tocadas desde que llegaron a la Tierra y aún no está decidido cuándo se abrirán del todo los contenedores, primero las someterán a pruebas que no las alteren para caracterizarlas. «Cuando tengamos claro qué vemos, qué deberíamos ver y qué no vemos, intentaremos ir un poco más adelante» con técnicas que «necesitan contacto, algún pequeño tratamiento o romper una pequeña esquirla para el microscopio electrónico», pero siempre, insiste Prieto-Ballesteros, «con todas las precauciones para intentar hacer alteraciones mínimas a la muestra».
Las partículas estarán aquí durante un año, aunque es posible pedir una prórroga. Pasado ese tiempo «absolutamente todo» debe devolverse a JAXA e informar de si algún pedazo ha sufrido alguna alteración y de qué tipo. Doce meses en los que la ciencia española se empeñará en descubrir algunos de los secretos de Ryugu, un asteroide de unos 900 metros de diámetro y cuyo nombre toma de un palacio mágico submarino del folclore japonés.