Activa, determinada, organizada, fuerte; una buena madre. De este modo, con emoción sostenida en la voz y la mirada, definen Paco y José Manuel a su madre, Maria Fluxá López, que este viernes alcanzó los cien años de vida. Y lo hizo en compañía de sus hijos y nietos, que solo tienen palabras de agradecimiento para quien les ha regalado la vida y, lo más importante, les ha enseñado a vivirla.
«Es un motivo de enorme satisfacción: que todavía esté viva, después de cien años y una vida que no ha sido nada fácil, es una alegría para todos. En los momentos difíciles, ella estaba allí», afirma su hijo más joven, Paco Fluxá, coronel veterinario destinado a Balears en 1986, retirado desde hace dos años.
Como es natural en una persona centenaria, la salud de María está algo mermada. Ya no se comunica verbalmente, pero no le hacen falta palabras para demostrar amor a sus hijos. «Cada noche me mira hasta que me voy, y es una mirada afectiva», explica Paco, a lo que su hermano añade: «Al llegar hoy no me conocía, pero con solo un rato de bromas y carantoñas empieza a reaccionar. Sus ojos empiezan a brillar».
Maria nació y creció en la Isla, «era una época difícil, de pobreza, aunque tuvo una buena juventud». Fue una gran gimnasta artística, pupila de Nadine Lang, además de una amante del piano. De hecho, se formó en el Conservatorio Superior de Música y, aunque no tuviesen un piano en casa, «recuerdo que cuando veía uno, alzaba la tapa y tiraba de memoria musical para interpretar sus piezas favoritas de Chopin». Se casó con Francisco García Díez, aviador y piloto militar. Juntos formaron una familia que tuvo que trasladarse en 1962 a Madrid, donde destinaron al padre de familia. «Le generó mucho sufrimiento el trabajo de nuestro padre. Nunca sabíamos como acabaría el día, si volvería a casa. Cada semana caía algún caza al mar; si la furgoneta llegaba más tarde de las tres de la tarde, ya temblábamos», explica José Manuel, el hermano mayor, quien reside en Madrid y visita todos los meses a María. Fue una decisión de su madre la que marcó su destino.
«En verano veníamos a Mallorca a ver a los abuelos. Vivíamos en Son Artmadams, en la calle Elcano. Siendo buen estudiante y estando en Madrid en un piso me moría por salir a jugar con los niños del barrio. Era volver a la infancia. Pero mi madre me decía: «No. Los lunes, miércoles y viernes irás a la Alliance Française para aprender francés». Y muy enfadado, así lo hacía», explica el ingeniero industrial; fue el aprendizaje de la lengua, seguir la intuición maternal, lo que le ayudó a conseguir el trabajo de su vida. Primero, a lo largo de dos años, desarrolló en París un proyecto de la empresa madrileña en la que trabajaba. La vida continuó. Volvió a Mallorca y trabajó en Sa Nostra. Pero en 1986, «España entró en la Unión Europea y convocan plazas de funcionarios españoles para la Comisión Europea. Vi una oportunidad. Me presenté, lo pasé todo y borde la prueba de idioma. Y gracias a ella», cuenta José Manuel, que ha pasado 25 años de su vida en Bruselas, en la Comisión Europea.
Los hermanos Fluxá coinciden en algo: el motor de María, la fuerza motriz de su vida, ha sido el bienestar de su hija mediana, María Rosa, una persona con discapacidad intelectual. Ambas vivieron juntas en Madrid hasta 2006 cuando, al tener 82 años y no poder ocuparse de ella con solvencia, volvieron a la Isla. «Ha vivido una vida dedicada a nosotros y a nuestro padre, a quien perdimos hace 43 años. Pero sobre todo ha vivido por el bienestar de nuestra hermana», concluyen los hermanos Fluxá que, un año más, soplaron las velas en familia.