Como algunos de los seguidores de esta ventana saben, José Manuel Dopico Mayans falleció hace algo más de una semana en la residencia donde vivía. Dopico fue músico. Creó el grupo Los Dogers que destacaba por la elegancia, sobre todo a la hora de vestir, de la que hacían gala sus componentes; una formación que consiguió notables éxitos que le llevaron a participar en festivales de la península y en el de la Canción de Mallorca. Este dato nos lo facilita Sandro Fantini, una de las personas que más sabe de la música –y de los músicos– de los años 70 y 80. «En este festival no recuerdo si Los Dogers fueron como participantes o solo actuaron en el fin de fiesta, pero da lo mismo. Fue un gran grupo, con canciones muy buenas, que sonó mucho y Dopico era una buena persona».
Cambio de vida
Cuando se separó la formación, Dopico cantó en solitario y le iban bien las cosas, puesto que cantaba tanto en la Isla como en la Península. Y como empresario tampoco le fue mal la experiencia, ya que dirigió la discoteca Don Quijote.
No muy alto, le recordamos con pantalones acampanados, zapatos de elevado tacón, conduciendo un Dodge Dart, coche de enormes dimensiones, sobre todo en cuanto a longitud, tanta que hoy no aparcaría en ningún sitio.
Se casó y tuvo una hija, la vida le sonreía… Hasta que un día su mujer se fue de casa con la menor y, a partir de ahí, el caos. Al no poder estar con la pequeña su vida cambió totalmente. Empezó a beber pero sobre todo se aficionó a las sustancias y estas cambiaron completamente su vida. Vamos, que se podría decir que desapareció. Porque pocos supieron de su paradero, puesto que la mayoría de los que le conocimos perdimos su pista.
De Can Gazà a vivir en la calle
Bastantes años después de no tener noticias de él, nos lo encontramos en Can Gazà como residente. Era un Dopico que nada tenía que ver con el que habíamos conocido. Envejecido, con pelo canoso, barba mal cuidada…
Sentados en el banco de piedra que hay en la entrada que da a la escalera que conduce al piso de arriba de este centro de acogida para personas mayores, hablamos con él, conversación que publicamos al día siguiente en Ultima Hora. Permaneció en este centro durante unas semanas hasta que un día le dijo a Jaume Santandreu que se marchaba, sin decirle a dónde: «Simplemente, me dijo que se iba y se fue», recuerda.
Tiempo después, alguien nos avisó de que le había visto durmiendo entre cartones en las galerías que comunican la plaza de los Patines con la calle Oms, y que se pasaba el día en esta plaza. Fuimos a verle una mañana y su aspecto había empeorado. Pelo y barba canosos, largos y descuidados. Hablamos con él y nos dijo que había tirado la toalla, que perder a su hija había sido muy duro para él. Bastaba verle como estaba, como vivía, como vestía… Por suerte para él, unos chicos jóvenes que frecuentaban la zona se hicieron sus amigos y le crearon un blog. Fue el punto de arranque para recuperar parte del tiempo perdido, ya que a través de esta plataforma llegó un documental en el que contaba su experiencia de vida. Gracias a este trabajo músicos de Mallorca conocieron su época más brillante y contactaron con él seguramente a través del blog, o el serial, o las entrevistas que se le hicieron desde los medios de comunicación –o por las tres cosas. Así abandonó la calle y se fue a vivir a un albergue donde al menos comía, se aseaba y tenía una cama para dormir.
Los músicos con él
Los músicos, siempre con él, le invitaban a actos y también a comidas de la Asociación Balear de Músicos, como las que celebraban en La caseta, situada en la carretera de Santanyí, nos recuerda Sandro. Un lugar lo más parecido a una caseta en pleno campo que habían alquilado un grupo de cazadores, entre los que estaba Joan Batle. Este artista, ya también fallecido, estaba escribiendo un libro sobre músicos y picadores, en el que se reunían a comer una vez a la semana pagando cada uno de los asistentes –la mayoría artistas, y unos pocos, cazadores– dos euros que daban a la mujer de la limpieza. Dopico, al que algunos músicos pasaban a recogerle en sus coches, asistió a algunas de las comidas que tuvieron lugar meses antes de que dicha caseta pasara a la historia, comidas en las que durante la sobremesa cantaba, como hacían otros compañeros suyos. Y así, poco a poco iba recuperándose, a la vez que iba recordando y reconociendo caras y nombres de los que décadas atrás fueron colegas suyos.
Un día Toni Obrador, presidente de la Asociación, nos dijo que con fondos de esta le compraron una dentadura, ya que la suya había prácticamente desaparecido, por lo que no podía hacer comidas sólidas.
Dopico, que seguramente percibiría una de esas pagas creadas para personas que no tienen jubilación, contó más de una vez que para tener otra pequeña entrada de dinero no le hubiese importado dar clases de inglés, idioma que según confesó había aprendido más ligando que estudiando. Ignoramos si logró dar esas clases.
José Manuel vivió los últimos años de su vida de forma digna, rodeado de la gente de su residencia, con alguna que otra visita de vez en cuando, pero cada vez más apartado del mundo exterior. Hace unos días falleció. Sandro intentó saber el lugar y la hora de las exequias, pero no le fue posible. Descanse en paz.