Decía el cantautor argentino Atahualpa Yupanqui que «nada es mejor que viajar a caballo, pues el camino se compone de infinitas llegadas. Se llega a un cruce, a una flor, a un árbol, a la sombra de la nube sobre la arena del camino; se llega al arroyo, al tope de la sierra, a la piedra extraña. Pareciera que el camino va inventando sorpresas para goce del alma del viajero». Siguiendo su premisa, Xavier Ferrer ha disfrutado como nadie.
El jinete manacorí ha logrado la cuarta posición del Mongol Derby, la carrera más exigente y larga del mundo. En tan solo nueve días, cabalgando doce horas por jornada, ha recorrido un total de 1.353 kilómetros en el inhóspito territorio mongol. «Estoy muy satisfecho, venía a pasarlo bien y así ha sido. No he conseguido ganar por haber cometido un par de fallos, pero me voy satisfecho de todos modos. He disfrutado mucho con el paisaje, además de poder conocer su cultura alrededor de los caballos, diferente a la nuestra en varios aspectos. Primero, los caballos no están acostumbrados a que nadie les acaricie, y la forma en que los doman también dista de la nuestra. Casi no trabajan en el suelo, directamente saltan sobre ellos. Es bonito de ver», explica Ferrer, que tan solo quedó 75 minutos por debajo de la primera clasificada y a diez minutos de diferencia del segundo y tercer clasificado.
Dada la gran distancia y dureza del entorno, esta prueba no es apta para cualquier jinete. De hecho, Ferrer superó diferentes entrevistas para participar. De los 42 participantes, solo completaron la carrera 25 personas. «Creo que lo más difícil es el aguante mental. A nivel físico sufres, porque montas más que de costumbre: duele la espalda, las articulaciones... Pero el cuerpo siempre aguanta más que la cabeza. Por suerte, yo pensaba que iba a ser mucho peor, y lo aguanté bien», expresa Ferrer, quien se lamenta por haber sufrido una penalización de tres horas sin poder avanzar, «por un malentendido de las normas de la prueba, fue un momento muy frustrante».
En su gran travesía no faltaron los contratiempos que, por fortuna, quedaron en anécdotas. «Uno de los caballos que montaba comenzó a alzar el culo y dar saltos. No ajusté bien la montura y consiguió sacársela por la cabeza, algo que no había visto nunca. Yo caí y me pisó en las costillas. El caballo estaba desnudo, y no se dejan coger con facilidad. Estuve una hora, pero no lo podía coger. Finalmente me ayudó un vecino de la zona: los pastores mongoles suelen ir en motos para mover a los animales. Mezcló sus caballos con el mío, los llevó a un corral y allí lo pude volver a montar», expresa Ferrer, que habla de las particularidades de los équidos mongoles. «Son mucho más pequeños por norma general. Y me sorprendió su resistencia. Después de seguir un ritmo muy alto, pasaban los controles con menos pulsaciones por minuto que los caballos competidores en resistencia. Al final, viven en semilibertad y todavía pasan la selección natural, sobrevive el más fuerte», sostiene el caballista, que no llegaba a habituarse a ningún caballo, ya que en cada posta cambiaba de montura.
El paisaje es uno de los grandes atractivos de la carrera «allí donde llega la vista, todo es pradera. Cabalgar por la estepa y que aparezca una manada de caballos salvajes y corran a tu lado es increíble», recuerda Xavier. Una parte esencial de este paisaje de ensueño son sus habitantes, que comparten la aventura de los jinetes. «Pasé tres noches con familias locales que no estaban adheridas a la organización. Tienen fama de ser hospitalarios; es merecida. En un territorio tan inhóspito, acogen a quien lo necesita. Cogían al caballo y lo ataban para que pudiese tomar un té, y antes de tener el caballo desmontado ya habían servido un plato de comida», cuenta Ferrer, que ahora solo piensa en llegar a casa y descansar, aunque algún que otro reto ya ronda por su mente.