Miquel Rosselló Caldentey (Palma, 1928) es una de esas personas de cuya vida bien podría salir una novela o una película. Este conocido vecino del palmesano barrio de Rafal Vell sale en bici tres veces por semana, pedaleando 60 kilómetros solo y por carretera. Pero la bici es solo la punta del iceberg. A sus 95 años, mantiene una extraordinaria vitalidad y una memoria envidiable: recuerda direcciones y fechas exactas de innumerables acontecimientos, desde el día en que llevó en barco al rey Abdullah de Jordania cuando hacía la ‘mili', hasta el nombre de las calles por las que pasaba en Manhattan para ir a trabajar. Representa un valioso testimonio de una época marcada por la posguerra y una asombrosa fuerza de superación personal. ¿El secreto? «Saber lo que uno quiere en la vida e ir a por ello trabajando duro y sin miedo», confiesa Miquel.
Cada martes, jueves y sábado, el palmesano parte pedaleando desde Rafal Vell, pasa por Son Ferriol y llega hasta Sa Casa Blanca, desde donde dobla a la derecha por la rotonda de S'Aranjassa, rodeando el aeropuerto de Palma, para volver a casa. «Ahora he tenido que reducir el recorrido. Cada año pesa», reconoce, en una muestra de humildad, como si tan fácil fuera –incluso para los menos veteranos- hacer una ruta en bici de 60 kilómetros. Y repetirla tres veces a la semana. La bicicleta le ha acompañado en todas sus épocas desde que de pequeño, su hermano, mecánico en los talleres Darder, le regalara una. No tenía mucho más para jugar. Nació en el seno de una familia humilde del barrio de La Soledat. Con nueve años, en plena Guerra Civil, aprendió a leer y escribir en apenas dos meses, gracias a don Bartolomé, maestro de la escuela pública de la zona; el primer gran reto de los muchos a los que ha hecho frente a lo largo de sus 95 años. Todo lo que se ha propuesto lo ha logrado, pese a la falta de recursos o el miedo a la incertidumbre. La lectura, como la bici, tampoco la soltó nunca. «Siempre tengo un libro en las manos, es muy importante entrenar, no solo el cuerpo, también la mente», aconseja.
Todo conocimiento adquirido ha sido de forma autodidacta. El 5 de febrero de 1940 –fecha que recuerda perfectamente Miquel, pese al tiempo transcurrido– abandonó la escuela y empezó a trabajar. Lo colocaron de ayudante en un taller de ebanistería, labor que convirtió en su oficio y vocación. «Desde niño tuve Estados Unidos metido en la cabeza». Con 18 años, al acabar el servicio militar, se vio postrado dos años en la silla, sin poder caminar, por culpa de un espolón calcáneo, en un principio, sin solución alguna. Las películas que veía en televisión mientras estaba en reposo y de lo que de aquel país se hablaba, consolidaron su determinación de buscarse allí la vida. Aunque ya recuperado y con 28 años, acabó en Colombia: «Un mallorquín buscaba a un grupo para irse a trabajar allí y yo me apunté. No era donde quería ir, pero al menos ya estaba en América», argumenta. La oferta laboral inicial quedó en papel mojado, pero Miquel se lanzó a la aventura. Tras comprarse primero una bicicleta, con la que rodeaba semanalmente Bogotá –«Con el mal de altura costaba más que en Palma», recuerda– recaló en un taller de ebanistería, en el que conoció a María Elena. Era la hija del dueño, pero desde el primer momento, rememora Miquel, «saltaron chispas». Aún recuerda el día exacto, un nueve de marzo, en el que tuvieron su primera cita. Fueron a ver un pase de películas españolas en el Teatro Colombia. «Me casé con la mujer de mis sueños. Fue el día de Nochebuena de 1960 en Bogotá», recuerda. Con María Elena compartió desde entonces su vida, hasta que falleció en 2010. Miquel, se nota, la echa de menos. Más de medio siglo después, sigue completamente enamorado.
Con ella y su primer hijo, José Miguel, dieron el salto años después a Estados Unidos, cumpliendo otro de sus objetivos. Compró también una bici, y cambió la capital colombiana por rutas en Central Park. Nueva York «era otra galaxia» en comparación con Bogotá y la Mallorca rural de aquel entonces. Allí se convirtió en un valorado ebanista y tuvieron a su hija María Magdalena. «Estados Unidos es mi segundo país», sentencia el mallorquín, que adquirió y conserva la doble nacionalidad española y estadounidense. En 1992 se jubiló en Estados Unidos, regresó a su isla natal y con el dinero ahorrado compró tres solares en el Rafal Vell, donde construyó la finca en la que ahora reside.
Tras semejantes vivencias, Miquel recomienda a los jóvenes «vivir con aspiraciones. Hay que ser ambicioso para no perder las ganas y despertarse con ilusión por cumplir nuestras metas», a la vez que no descuidarse nunca a uno mismo, ejercitar la mente y el cuerpo. «Por las mañanas, lo primero que hago es beber dos vasos de agua y comerme, sin masticarlo, un ajo picado muy pequeño», apunta. Quién sabe si el ajo matutino es parte de la fórmula que le ha permitido llegar a los 95 fresco como una rosa. Los médicos se asombran con las perfectas analíticas de Miquel, y quienes se dedican a contar historias, con personalidades y trayectorias como la suya, digna, cuanto menos, de absoluta admiración.