Seguro que muchos conoceréis a Joan Gibert, pintor y publicista, y dicho sea de paso multipremiado –nos muestra los muchos diplomas enmarcados que ha recibido durante sus años laborales; algunos de la época de Franco– por muchos de los trabajos realizados a lo largo de su vida, bastante longeva, por cierto, pues anda ya por los 87 años.
Pues bien, Joan, que viste de pantalón corto y camiseta, y que nos recibe en su casa, nos dice que cuando creía que iba a salir bien parado de cuatro problemas físicos, que había resuelto favorablemente, va, a cuando menos intentar, resolver un quinto. Y al decir problemas físicos, nos referimos a operaciones bastantes delicadas, por cierto.
Cuatro intervenciones
«Sí, en poco tiempo he sufrido cuatro intervenciones. Cuatro, que no son pocas: vesícula, cáncer de colon, corazón y colocación de marcapasos –dice, tras abrir una botella de cava que ha sacado de la nevera y encender uno de los cuarenta cigarrillos, ¡dos cajetillas!, que se fuma a lo largo del día– y… Pues que cuando pensaba que todo se había estacionado, el otro día voy a la médico, le digo que he notado que tengo una pequeña pupa en la cabeza, entre el pelo. Ella la busca, la encuentra, y tras mirarla, y me dice que puede ser un cáncer, por lo que me la tienen que analizar. Así que esta semana tendré que volver a la clínica, a ver qué me dicen».
Lo más curioso de todo no es lo de la copa de cava que se toma y el pitillo que se fuma, sino la forma como te cuenta el estado en que se encuentra. Nos referimos, sobre todo, a lo de que puede tener un cáncer. Es… ¿Cómo os lo diría…? Como si estuviera contando que ayer estuvo en un almuerzo, que luego se fue a ver una exposición y por último a una cena. Como algo intrascendente, vamos… «Naturalmente, si fumo y bebo alguna copita de cava o de buen vino, no quiero sentirme ejemplo de nada, sino que lo hago porque me place, porque me siento a gusto haciéndolo. No por otra cosa...»
Agradecido
Volviendo a su presente y a su futuro más inmediato, al que, como decimos, afronta con una tranquilidad pasmosa, sobre todo por cómo lo expresa...
«¿Y cómo quieres que te lo cuente? –responde, sorprendido al ver lo sorprendido que quedamos observando lo poco afectado que está–. Es que no tengo otra salida… Me lo van a mirar y luego, según el resultado, ya hablaremos. Y es que cuando llegas a cierta edad, y más habiendo vivido lo que he vivido, las cosas se toman de forma distinta. Es más… Es que no tengo miedo a la muerte, que tarde o temprano nos llegará a todos –afirma, mirando fijamente–. En todo caso, sí le tengo miedo al sufrimiento… Aunque, últimamente, me estoy acostumbrando a él, todo porque en poco tiempo me han hecho varias intervenciones, y a base de sufrir en cada una de ellas, te vas acostumbrando. Además, gracias a ellas, a las operaciones que me han hecho, he perdido también un poco la vergüenza. Lo digo porque, una vez ingresado en la clínica, me han visto el culo, me han limpiado, me han lavado…Y si al principio me daba un poco de reparo, terminas acostumbrándote. Por cierto, ya que hablamos de esto, desde aquí vaya mi agradecimiento a médicos, enfermeras y celadores. Unos por curarnos, y otros por cuidarnos, asearnos y darnos ánimos, lo cual es muy importante para un paciente. Por ello, me descubro ante tal vocación… Porque lo hacen por vocación, ¿sabes?, que no por otra cosa… ¿Y te digo más…? Pues que si supero lo del posible cáncer, lo que significará que habré sobrevivido a cinco vidas, que son las operaciones que me habrán hecho, me dará para pensar que puedo alcanzar las siete… Que son las vidas que tienen los gatos, lo cual, si lo logro, será una buena señal».
Ha hecho testamento
Tras dar otra calada al pitillo, y reconocer que el peor recuerdo que ha tenido a su paso por la clínica, «ha sido la comida, sobre todo ese puré de zanahorias que te dan, o esos yogures con vitaminas…. Y también que he adelgazado un poco, por lo cual me han salido arrugas y mucho pellejo, ya que he perdido masa muscular… ¡Vamos, que estoy como si tuviera 95 años!, cuando solo tengo 87», prosigue. «Y por lo demás… Pues que a la edad que tengo, lo que menos te importa es el dinero y las obras de arte que puedas tener, que tengo algunas –señala las que están colgadas en las paredes del salón donde estamos–, a las que algunos amigos le han echado el ojo esperando a que se las deje…–se ríe–. Pero ahora mismo, para mí, lo más importante es la salud, por lo que la mejor forma de afrontarla es hacerlo con optimismo».
«La vida dura lo que dura»
En otra pausa en su relato, le preguntamos si ha hecho testamento. «Pues claro que sí, lo hice hace años. Porque también debes de ser previsor… Aunque igual le añado que cuando me incineren, que quemen también las obras de arte que tengo en casa. ¡Que se quemen conmigo!»
Por último, vuelve a animar a la gente que no esté bien, «y si están preocupados por el estado en que se encuentran, que hablen conmigo. O que hagan lo que yo... Que piensen que la vida dura hasta cuando dura, mientras tanto, disfrutemos de ella. Recuerdo que antes de la primera intervención que me hicieron, me aposté con un amigo 50 euros. La apuesta era la siguiente: el que quede vivo de los dos, que se los quede. Afortunadamente él sigue gozando de una excelente salud, mientras que yo... Pues ya me ves». Larga vida, Joan.